José Tomás
He venido a otro mar. Tengo la resurrección de José Tomás revoloteando la memoria. El toreo de J.T. tiene un don especial: no se disipa. Queda contigo esa despaciosidad del momento, la emoción del trance. La fotografía del prisma capotero. Algo abismal. Emocionado todavía de mar a mar. En mitad de la tarde gris, apareció entre las sombras la luz malva del héroe dorado. Venido de otro mundo se apareció desde la oscuridad del patio de cuadrillas, esperó a dejarse ver en un trance largo, relámpagos de flashes y quince mil corazones en vilo, liado y vampirísimo. La plaza en pié de lágrima. Y José Tomás cruzo la vida del albero, recosido, en un aura de torero místico y Teresiano. Como un Quijote de nuestro tiempo que persigue molinos de muleta y temple. Una ética de torero andante buscando la simpleza: quedarse quieto, esculpir el temple, no renunciar a la belleza posible: el cuerpo en prenda. Es después José Tomás un caballero andante, pálido y enjuto. Venido del abismo mexicano Tomás se venga del bochorno de una España sin pan ni toros.
Un estadio de afición en pié palpó el milagro de las femorales rojas y salvadas, besó al mito y se santiguó en el altar de Valencia. El héroe dorado, aliviado de luto, saludó solo en mitad del tercio. La muerte no se comparte. El pelo cuajado de hilos blancos más que Chenel y ese blanco Chenel también en el natural largo. Toda la anatomía del torero cuajada de lunas blancas, medias lunas blancas de noches negras puede, una taleguilla lorquiana y tétrica, lunas que brillan de luces y mandan en las marea del toreo. Pero ha venido Tomás con la misma mirada de estatua, con la misma geografía de ínsula soñadora, con el mismo amor por acercarse al toro, por girárselo sobre su figura larga como una lanza morada. Por torear despacio y ofrecer la quietud pasmosa del cuerpo. El mismo andar de héroe cansado, de prisma inmenso y torero. Lo primero que hizo el héroe fue deshacer las piedras de sus riñones, meterlos, bajar las manos e iniciar la búsqueda del toreo purísimo. Ligar. Ligar con la vida y seguir siendo el Rey por José Alfredo. Trajo el héroe de su túnel, del cloroformo y la luz de quirófano, más biblioteca torera: el compás abierto a capricho. Ese compás de Camarón estirado en la silla y palmeando, una zancada más allá de Manolete que no tolera error alguno. Ahora trae Tomás desde su más acá un aire frágil, errores como todos (como citar por estatuarios dando los adentros al toro), porque cuando Tomás voló sobre el cielo de Valencia, pudo ver el mar, y tras la voltereta se levantó dolido y quijotesco, como si realmente anduviera con la armadura de caballero andante; saltó Corbacho como Sancho en busca de cordura. Corbacho de negro, salido del Yoga en pelo blanco rematado atrás, saltaba a lo mejor para recuperar el tiempo, para volver a idear al héroe, recuperar la memoria. Hay letra de Corbacho en la sangre mexicana de José Tomás, hay catecismo de toreo clásico que corre entre glóbulos mexicanísimos. Saludé a Corbacho que iba de negro. Como de un luto no se si casual. Corbacho es un hombre sabio por encima de lo taurino y hubiera tenido letras en negrita en la columna de Umbral. Debe escribir su memoria de la tauromaquia. Y debajo del héroe está la traición: Boix tolerando un corrida infumable, anovillada y sospechosamente maquillada. Menos mal que la épica emborracha y yo solo tenía ojos y latido para el mito dorado que en las noches del dolor debió asomarse al puente de Triana para traernos a Valencia una hermosura de media Belmontina. No hubo dos orejas, ni falta que hace viendo el sombrero Panamá de Joaquín Sabina. Hubo bronca y en mitad de la bronca yo sentí como latía otra vez la vida, como el humo de mi habano subía al cielo.
Esperan ya las carreteras, más tardes, más alberos relucientes para clavar la lanza de un flaco torero andante; más veces para besar a Tomás, kilómetros de autopistas para que el héroe viaje como Bob Dylan: sin nadie que sepa donde está. Misterio. Que sueño torero en Valencia. Luego, en el crepúsculo de Valencia me hice una foto rubia con Anya Bartels. Porque si Tomás ya no viviera nos seguiría viviendo en sus fotografías y en nuestra memoria porque el toreo de Tomás es simple, no es sobrenatural, no se disipa. Me muero por ir a Nimes.
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