Una muleta en Flandés
Jaime como una pica en Flandés, se defiende en el exilio con una muleta roja de Miguel Tendero: espada y estaquillador trenzado, visita esa resistencia de Vichy del aficionado extranjero. Viene con un suéter de lana de tomar esas mismas aguas de Fukushima, para tomar el agua hervida de la madre en un fin de semana de avión y balneario familiar. Luego nos reserva un corner de mediodía, cerveza y vapor de mejillón; esa mirada azul de su hermano tan de su padre es una herencia. Luego, mientras muda la piel de mi índice y el sendero de la cicatriz se dibuja, quema mi frente pensativa buscando un buen refugio. Camarón ve crecer la hierba de la primavera más lejos, como en un internado castellano debajo de la muralla de Urueña. Es el único traidor al que hablo. La casa tiene sus huecos, y en nuestra vida su espacio se presenta y se aleja como la sonrisa de Serezade. El sol atraviesa esta casa hasta llegar a su blancura con toda la franqueza, yo ato mis zapatillas como si fueran el estaño de los machos, me tiro a la carretera, el pulso se alborota, busco llegar a un lugar donde este sentada esta primavera, apagar la música, sentir el aire caliente, pensar que en ese instante nadie sabe donde estoy. Tomar oxígeno. Y regresar.
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