07 marzo, 2011

El cielo abierto

Amanece. A oscuras. Un mapa de objetos desconocidos. Mi bola del mundo deshecha. Maletas abiertas y un laberinto de cartón. Dice Umbral que madrugar es mirarse a sí mismo desde el sueño, algo así como verse levantado desde el sueño. Soy ya un marinero en tierra firme. Más arriba que antes. Más cerca del cielo. Casi lo palpo. El sol llega desde el este para caer sobre la voz y la melena rubia de Christina Rosenvinge. La luz despierta los grises y los blancos de esta casa y Camarón que no se hace a las alturas de este atticus, viene de la terraza con una seda de frio en el lomo, ya no escucha el ruido de los coches , ni domina la hilera de chopos. Preparo café color morado mientras veo un cielo sin fin y las luces trasnochadoras de la ciudad. La cresta de los cerros preparados para el día. Todo es azul. No existe la prisa. Cuántos metros de luz para llegar hasta ti. Cuántos años de luz tardarán sobre este cielo en apagarse el ruido de mis besos.


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