Culpas Delirantes
Desde el primer verano de lujurias y azoteas, antes de hacer el paseillo en la facultad me sentí enganchado al Derecho Romano, la aristocracia eterna del derecho. Los romanos idearon un sistema perfecto que se adaptó como un guante a su tiempo. Uno de los aspectos que más me llamó la atención fue la construcción razonada de la teoría de la culpa. La culpa que nos persigue. La culpa que no es un sentimiento sino una fuerza centrifuga que nos acompaña desde que nacemos. Pacta non praestanda, genial idea romana que residía en no exigir responsabilidades menores a nuestros semejantes, no culpar por minucias: la culpa Levi y la culpa Lata, la de responsabilidades mayores. Luego la culpa Aquiliana y la extaquiliana. Más tarde, los civilistas germanos perfeccionaron la teoría de la culpa hasta llegar a la culpa in eligendo e in vigilando, estas son de una simpleza y perfección deslumbrantes. No les aburriré con más teoría, ni por supuesto con la culpa como arma química, utilizada por la Iglesia de Pedro…
Todo esto viene por un libro que ha pasado por mis manos, Fiesta Bajo las Bombas de Elías Canneti. Cuenta allí Canneti su reencuentro en Londres, a principios de la II Guerra Mundial, con el pintor checo Oskar Kokoschka. Apenas empezaron a hablar Canetti y Kokoschka, éste le hizo una confesión tremenda: él era el verdadero culpable de la guerra; la explicación era sencilla: él era el culpable de que Hitler, que siempre quiso ser pintor, se hubiera hecho político, porque ambos se habían presentado a la misma beca de la Academia de Bellas Artes de Viena y mientras que Kokoschka fue admitido, Hitler fue rechazado. Si en lugar de admitirlo a él, razonaba Kokoschka, hubieran admitido a Hitler, éste no se habría dedicado a la política, no existiría el partido nacionalsocialista y no habría estallado la guerra. La culpa delirante, mucho más común de lo que aparentemente parece.
Todo esto viene por un libro que ha pasado por mis manos, Fiesta Bajo las Bombas de Elías Canneti. Cuenta allí Canneti su reencuentro en Londres, a principios de la II Guerra Mundial, con el pintor checo Oskar Kokoschka. Apenas empezaron a hablar Canetti y Kokoschka, éste le hizo una confesión tremenda: él era el verdadero culpable de la guerra; la explicación era sencilla: él era el culpable de que Hitler, que siempre quiso ser pintor, se hubiera hecho político, porque ambos se habían presentado a la misma beca de la Academia de Bellas Artes de Viena y mientras que Kokoschka fue admitido, Hitler fue rechazado. Si en lugar de admitirlo a él, razonaba Kokoschka, hubieran admitido a Hitler, éste no se habría dedicado a la política, no existiría el partido nacionalsocialista y no habría estallado la guerra. La culpa delirante, mucho más común de lo que aparentemente parece.
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