13 noviembre, 2005

El Renco, Califa del toreo



Ayer de madrugada algún desaprensivo de RTVE decidió que en la 2 se emitiera un especial sobre la figura de Manuel Benítez “El Cordobés”. La figura del torero de La Palma del río, merece blog aparte. Ahora las grandes empresas y hasta las pequeñas tienen en sus filas a engominados expertos en marketing que eructan a ciencia. Debieron conocer y estudiar la figura de un hombre golfo y regordete, siempre con un sombrero calado y un puro encendido: El PIPO, que se inventó no ya un torero, que lo inventó, sino el emblema con flequillo y aire de los Beattels de un país entero. El PIPO revolucionó el toreo y su enmarañado engranaje. Innovó en publicidad, en el modo asociar a un torero con su tiempo, dio gasolina a la fiesta para que siguiera cincuenta años más, de ahí que ahora ande buscando sin brújula una gasolinera donde repostar nuevamente. No se si saben pero es sabido, que cuando el El Renco –así se anunció en su primera etapa novilleril- toreaba en el patio de la casa de cada afortunado con televisión., la España de los 50 se detenía. Ejerció un mando absoluto sobre la fiesta de los 60, aún por encima de las grandes figuras de la época. Mató más de 4.000 toros y desvirgó a otras tantas miles de mujeres. Es cierto, no era un artista, no dominaba los recursos defensivos, técnicos de la lidia, por lo que a veces su labor resultaba desmañada, pero encontraba su camino en la sinceridad de la línea natural, no forzaba a los toros al comienzo de los trasteos, los encelaba, los consentía por alto. Heterodoxia en estado puro. Cazó con Franco y flirteó con el régimen; se sirvieron mutuamente del mismo guiso, sólo con el agravante de que el torero escupió en la memoria de su padre, preso de Franco y muerto de tuberculosis en la cárcel de Córdoba. Extraordinaria capacidad de aguante, de templar. Captaba como nadie el pulso de cada público, mejor que un sociólogo de Harvard. Intenso, angustioso y vital, nadie por entonces había llegado tan lejos en la ligazón prolongada. Prodigiosa mano izquierda de muñeca rota, cuando se cuajó como matador de toros. Sólo la vida y obra de este torero merece una tesis doctoral, de España y de la Historia del Toreo.

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