31 octubre, 2005

Contraste

Ayer arreció la lluvia en Madrid. Se desplomó sin despeinarse. Nos cogió entrando en un centro de culto de estos tiempos. Aparcamos y me quedé viendo bajar la lluvia y la tarde, recostando la modorra, dejándome acunar por James Blunt. Viendo pasar a la gente alarmada, bajando y subiendo los portones a toda prisa, abriendo paraguas, cerrando puertas y salvado el botín del agua. Una pareja se desquita despacio, se dan un beso empapado en manga corta, que les duró una tormenta. Después abrieron un paraguas diminuto y se abrazaron a su mástil. El agua lo agita todo. El tráfico, los paseos. Empapa las suelas de nuestros pasos. Volvimos. Casi en diligencia, entre la niebla, deslumbrados por los faros de los coches y con las líneas discontinuas de la A6, gastándonos bromas pesadas, equivocándonos. Como las líneas imaginarias, continuas y discontinuas que nos plantea la vida.
Antes nos tomamos un cubo de gambas a la plancha, en una barra elegante y abarrotada. Las pelamos ansiosos, a codazos, paladeando el néctar de sus cabezas, la carne de pezón de novicia.
Y un poco antes el viernes, me zambullí en la piscina. Nadé los metros justos para ahogar el estrés. Es curioso como se piensa bajo el agua. No acabas de hilvanar el hilo de un pensamiento, cuando ya lo has olvidado y te viene otro y se te empañan las gafas y las fuerzas. Me sumerjo como un pincel, con mi fardapaquete de estreno, mi montera de silicona. Lo último es un artilugio de plástico que acomodo en mis manos y que convierte el agua en barro espeso.
Al acabar me colé en la sauna, me abandoné y volví al duro mes de agosto. No fue todo. Por los cristales empañados atisbé la silueta de un hombre barrigudo y una mujer flaca en torno a una silla de ruedas. Limpié el vaho de los cristales y miré como intentaban sentar en la silla al cuerpo inerte y pesado de un chico joven. El vaho hizo de las suyas y volvió opaca la escena. Me duche, me perfumé y salía mascando mis cosas, cuando al levantar la cabeza y girar el torno de salida, me encontré a mi paso con el chico de la silla. La madre lo acariciaba triste con las dos manos atusando su pelo y el padre le ataba los cordones de unas zapatillas sin estrenar. El chico miraba para otro lado, con las gafas al final de la pendiente de la nariz, resignado ya a no levantarse en duelo contra nada. Esperando
.

Estadisticas blog