Plaza de tientas
Cerrada con cerrojo la temporada, comienza “El Viaje a los Toros del Sol”, imprescindible libro reeditado ahora, escrito en la cumbre, por el vil, borracho, listo y profundo conocedor de la fiesta Alfonso Navalón, recién desaparecido. En este tiempo los teléfonos hablan por los codos, los apoderados se traicionan dándose besos con lengua envenenada, banderolos buscando minas de oro, mozos de espadas que ya ven a la familia… Y los diestros que renuevan esperanzas de gloria, faenas soñadas: “este año va zer”. Sol de invierno. Los campos verdes, las encinas formadas como un batallón de infantería, sirven de sofá a los cuatreños llamados a filas. Toreros vestidos con calzonas de pana, abrigados con la marsellesa, tentando al frío y pasando de muleta a vacas que escupen vaho a cada arrancada a cada natural. Tentaderos con luz de niebla. Becerras con el pelo del invierno, vacas tristes a punto de parir y reestrenar el milagro del toro bravo. Nostalgia, o más aún, añoranza, porque la añoranza va dos pasitos por delante de la nostalgia. Los tentaderos que ya no serían lo mismo sin él, ¿cómo llevarme despacito la vaca a los medios, sin sentir en mi corazón su mirada emocionada?.
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