Martes
Ha tirado un colchón azul en mitad del salón y se ha embozado con un edredón grueso, mientras el colchón nuevo se esponja, se despereza del agobio del embalaje. Suelta amarras y echa el ancla en mitad del dormitorio-cerillero, acomodándose al camarote de su nueva embarcación de madera. Regreso dopado. He bregado con un torniquete en cada rodilla: con una cama, una cómoda y sus seis cojones, una mesa, dos mesillas, un colchón y un somier sacado de la madera de la cruz de cristo y más o menos dos millones y medio de tortillería y metralla. Ovación y saludos en el tercio, el resultado del festejo. Cómo está la gente conmigo esta temporada... Hoy casualidad, desperté con perdigones afilados danzando, haciendo carambolas por mis articulaciones. Los perdigones los sentía correr, subir y bajar como las bolas de acero chocaban contra las paredes y obstáculos de aquellas máquinas de los bares en las que se nos acababa el juego con un estruendo de sirenas y luces, cuando la bola se colaba por el desagüe y no teníamos una moneda más que jugarnos. Espero dormir y que mañana las bolas se hayan ido por el jodido desagüe, una vez un ejército rojo de corticoides haya preparado su emboscada. Claro que peor anda Valdano. Es curiosa la fotografía del genio herido. La elegancia llevada hasta el límite de la muerte misma. El tipo herido, inconsciente, con las costillas hechas añicos y un pulmón corneado, pero impoluto: ni un rizo se le mueve en la camilla, rasurado perfecto, la camisa desabrochada por las asistencias, la americana ni rozada y la corbata, a pelo desciende desnuda por el pecho perfectamente anudada, el pantalón de pinzas recién planchado, el cinturón a juego. Claro que quién era el guache que se hubiese atrevido a desanudar el nudo de la corbata del rapsoda Valdano.
<< Inicio