28 abril, 2007

Sábado

La noche lleva un susurro tormentoso y sobre mis huesos cayó a voces una tormenta, agua que suena como una canción de los Stones. El sueño sube por las paredes de la noche como una araña tranquila, después de ver un bar recién inaugurado. La mujer que sabe de la niebla y del color de todos los peces vence un mareo caprichoso. La luz de Fort Apache cruza como una centella de este a oeste de la casa y el lucernario es un remolino de luz, un jardín acristalado que ve doblar la esquina a niños descalzos y escucha y huele los aromas que salen de los fogones. El dulce vapor de los amigos empaña los cristales y la cocina es un reguero de copas de Apolonia, de gotas de azul océano que entran y salen, de toques de cuchillo, de baños de tempura, de pescado blanco sobre una cama de agua de aceite y barcos hundidos de patata. Y busco el sueño para en la almohada del amanecer soñar como ayer con tu pelo que se vuelve azul, para descansar los kilómetros que llevan mis huellas y porqué no, para poner algún recuerdo con ese punto exacto de sal que evite el escozor, ese punto que sólo da el sueño, dejando una flor debajo de la almohada.

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