Endorfinas
Desperezo el sueño con agua fría y si levanto la vista veo como viene un lunes con sabor amargo de número 16. Sobre el ventanal nadan las gotas de agua de una tormenta y Camarón me mira y no me quiere quizá por la custodia mal compartida.
En el plomo de los días hábiles vivo al sur lejano de las playas de arena blanca y fina, en el desierto azulado de la moqueta ponen grilletes a nuestras horas, con esa luz artificial que nos broncea de tedio. A veces arrastramos los grilletes hasta un patio grande con geometría de cárcel, un patio a cielo abierto donde recibir un par de bofetadas de aire limpio, de luz buena. Puedes salir de día si quieres, con los tobillos adormecidos por los grilletes, a veces con esa sensación de beso sin labios y con ritmo lento de tranvía puedes sumergirte en una tarde de gabardinas y paraguas plegados. Un día, un anochecer con risas te salva de los números rojos y otro te salva un picnic turco con palabras y compañía que abriga y otro te salva el corazón a 170 latidos por los senderos de un parque mojado y verde que mata los cuadriceps y hace que a cada zancada sientas las endorfinas correr como escalofríos por la piel, endorfinas que como ramas de bambú sostendrán la sonrisa de mañana.
En el plomo de los días hábiles vivo al sur lejano de las playas de arena blanca y fina, en el desierto azulado de la moqueta ponen grilletes a nuestras horas, con esa luz artificial que nos broncea de tedio. A veces arrastramos los grilletes hasta un patio grande con geometría de cárcel, un patio a cielo abierto donde recibir un par de bofetadas de aire limpio, de luz buena. Puedes salir de día si quieres, con los tobillos adormecidos por los grilletes, a veces con esa sensación de beso sin labios y con ritmo lento de tranvía puedes sumergirte en una tarde de gabardinas y paraguas plegados. Un día, un anochecer con risas te salva de los números rojos y otro te salva un picnic turco con palabras y compañía que abriga y otro te salva el corazón a 170 latidos por los senderos de un parque mojado y verde que mata los cuadriceps y hace que a cada zancada sientas las endorfinas correr como escalofríos por la piel, endorfinas que como ramas de bambú sostendrán la sonrisa de mañana.
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