13 abril, 2007

Endorfinas

Desperezo el sueño con agua fría y si levanto la vista veo como viene un lunes con sabor amargo de número 16. Sobre el ventanal nadan las gotas de agua de una tormenta y Camarón me mira y no me quiere quizá por la custodia mal compartida.
En el plomo de los días hábiles vivo al sur lejano de las playas de arena blanca y fina, en el desierto azulado de la moqueta ponen grilletes a nuestras horas, con esa luz artificial que nos broncea de tedio. A veces arrastramos los
grilletes hasta un patio grande con geometría de cárcel, un patio a cielo abierto donde recibir un par de bofetadas de aire limpio, de luz buena. Puedes salir de día si quieres, con los tobillos adormecidos por los grilletes, a veces con esa sensación de beso sin labios y con ritmo lento de tranvía puedes sumergirte en una tarde de gabardinas y paraguas plegados. Un día, un anochecer con risas te salva de los números rojos y otro te salva un picnic turco con palabras y compañía que abriga y otro te salva el corazón a 170 latidos por los senderos de un parque mojado y verde que mata los cuadriceps y hace que a cada zancada sientas las endorfinas correr como escalofríos por la piel, endorfinas que como ramas de bambú sostendrán la sonrisa de mañana.

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