60 minutos
60 minutos es tiempo suficiente para dormir, dejar abierta la ventana, bajar por el tobogán de un sueño y despertar. Hay segundos suficientes para pisar el acelerador y aterrizar en un valle donde habite el silencio y el rumor de un río que baja. En 60 minutos da tiempo a marcar un número y viajar a Nueva York y escuchar el eco de oleaje y aterrizajes del JFK. Sobran minutos y no importa el tiempo para mirarte a los ojos. En 60 minutos tengo tiempo para amalgamar mil o quinientos recuerdos y cien sueños, para compartir un café, dos azucarillos, un amigo y tres cigarros que hacen cinco gramos de humo. Y en 60 minutos da tiempo para que José Tomás prenda una hoguera con fuegos de artificio antes de San Juan, para incendiar la taquilla de Barcelona, para convertir la Monumental en una taza de plata estilo Gaudí y para necesitar el Camp Nou como coso a medida, como un Madison Square Garden de la expectación cubierto de albero.
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