29 marzo, 2007

Fiebre

Vuelvo con una resaca torpe y febril, con la memoria manchada de ginebra, parado en un semáforo en rojo que no cambia de color, que parece una tarde sin sol. Dejo en un bar a dos soldados del pozo hablando entre bocanadas de tabaco negro. Veo una cuesta abajo y un cielo azul tempestad dividido por nubes de carbón y una estela fina, recta y blanca que sube hasta tocar la piel de globo azul, una estela que abre como una cremallera las costuras del cielo. Planeo y el coche me lleva hasta el estribo de la cama, que hoy es un fundón color purísima, una avenida con semáforos en verde y la música del Koln Concert que conduce hasta el azúcar de los sueños. Un sueño que gana el pulso a la esquina doblada de una página, un sueño al que mañana golpeará el hocico de Camarón, como llamando a las puertas del día con una mirada buena y dos lametones que hacen que despierte al olor del café recién hecho, del pan recién tostado, al sonido de las duchas y de un viernes que es casi -si tú quieres- completamente sábado.

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