17 febrero, 2008

Regresos

Y regreso a donde tú me esperas. Te veo al salir de la tronera del burladero de la estación del Norte. Me recoge un abrigo de ternura, regreso por los pasillos de una ciudad gris. Busco la manta de la noche, el refugio del sueño que me lleve a los labios que no beso. Trasnocho la mañana, una ducha rápida y el olor del café mientras el vaho del espejo pinta un perro borroso. Sin pensar elijo un par de zapatos de charol negro, un libro blanco y otro estampado. Sin querer la querencia me desemboca en la fuente dorada, templo de la nostalgia de tu recuerdo, terreno sagrado donde encontraros, lugar con el tiempo detenido, a cielo abierto para que el pasado regrese a su barra de bar. Llego a un mercado deshabitado de todo con la trampa a medio echar. De noche me dedico mil brazadas, el color del mar en un cubo de cloro, buscando la línea recta de ida y vuelta, un refugio donde no se oyen las sirenas de la calle, donde se ahogan las dudas que flotan en la superficie. Después, una niña preciosa bracea entre mis piernas y un hombre grande amasa coca con un mandil minúsculo. Descubro por fin unas gafas entre Arthur Miller y Domingo Dominguín, pasta negra, diseño antiguo. Una montura para que J. Wayne cabalgue feliz Fort Apache.

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