Sobre Morante
La filigrana es una obra de hilos de oro y plata, unidos y soldados con perfección y delicadeza. También una señalita transparente hecha en el papel al tiempo de fabricarlo. Eso hace Morante en la plaza, dejar una señalita transparente en la memoria del aficionado: pone me ut signaculum super cortuum, ponme como una señalita sobre el corazón. A José Antonio Morante de la Puebla, le ha ensanchado el cuerpo y el toreo. Un ensanche que como un Guadiana hace aparecer y desaparecer toda la Escuela Sevillana: esa profundidad abelmontada, el toreo Gallista al paso cuando toca, la naturalidad de los toreros de San Bernardo, el aroma a Pepe Luis. El perfume gracioso de Curro en ese acariciar por redondos.
Morante rezuma una solemnidad ida y llena de misterio. No hay nada en él de esa tendencia hortera y moderna de parte del escalafón, de toreros que se tatúan en las muñecas las llaves del cortijo. Se va y vuelve. Regresa de un arrabal alto de extravío, con un abrigo largo con cuellos de visón. Tenía fiebre ayer la Maestranza en los entreactos de Morante, fiebre de murmullo, silencio de hielo que luego deshace el olé, la emoción seca, el tiempo parado en una esfera brillante, el redondo inmenso, lento, el mentón hundido: una danza que hace torear con todo el cuerpo. Lejos de cócteles preparados, de faenas de espejo y hotel, Morante regala una borrachera torera y embriagadora como la ginebra. Como ayer. Aunque ayer sin toro: El mal endémico ya del toro desrazado y chico. Y lo que es peor, el mal tan poco cantado del timo del afeitado.
Morante rezuma una solemnidad ida y llena de misterio. No hay nada en él de esa tendencia hortera y moderna de parte del escalafón, de toreros que se tatúan en las muñecas las llaves del cortijo. Se va y vuelve. Regresa de un arrabal alto de extravío, con un abrigo largo con cuellos de visón. Tenía fiebre ayer la Maestranza en los entreactos de Morante, fiebre de murmullo, silencio de hielo que luego deshace el olé, la emoción seca, el tiempo parado en una esfera brillante, el redondo inmenso, lento, el mentón hundido: una danza que hace torear con todo el cuerpo. Lejos de cócteles preparados, de faenas de espejo y hotel, Morante regala una borrachera torera y embriagadora como la ginebra. Como ayer. Aunque ayer sin toro: El mal endémico ya del toro desrazado y chico. Y lo que es peor, el mal tan poco cantado del timo del afeitado.
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