11 abril, 2010

Ciudadanos de la muleta planchada


"Le pidieron a Antoñete que pusiese la muleta planchá...Y fue el maestro y la puso como para perpetuarla en bronce". De noche, homenajeando a Vidal en este libro grande y con trapío, Toro, de Ramon Massats y Joaquín Vidal. Los Housemartins ayudan, se van asentando en esta noche acolchada y abren en el metal callado de la noche un claro de luz de domingo. Vidal fue una voz grave y un predicador de la verdad. Fue madrileñísimo. Como un relámpago adolescente me cayó el trueno de aquella crónica homenaje a Chenel: la muleta planchada. Y lo entendí todo. Todo lo que mis ojos de niño no podían ver en el acto. Porque aquella muleta planchada era un resplandor de verdad y poesía: "La presentó Antoñete tan frontera al toro, tan geométricamente perpendicular a su lomo y su línea de flotación, que no cabía más...la muleta planchá era un símbolo y mostrado de avanzadilla en todo su explendor, vino luego la verdad de la vida, la realidad del toreo, y eso lo interpretó Antoñete en su cabal grandeza". También era Vidal muleta planchada de la crítica, ajeno a todo vedetismo, se situó tan lejos de la coquetería del alamar, tan cerca de la lágrima de la afición; Vidal luchó como un pasionario cabal por el respeto al toro y la verdad del arte de torear. Y por la afición. Por nosotros. Aún le vemos así en el tendido de granito, lluvia y fantasía de Madrid, fotografía tan reveladora: aguantando todavía el aguacero, impertérrito, clasiquísimo, resistiendo en la frontera de este fracaso de almoadilla, esperando ganar la batalla del país rojo de la muleta planchada. Añoramos a Joaquín Vidal.


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