10 mayo, 2010

Spleen entre la lluvia

Es como si la lluvia de madrugada limpiara todos los cabos aburridos de la semana. Salimos de Fort Apache a las 6 a.m, puesto de ibuprofenos, pastillas de risas, noche y papeles de regalo, poetas newyorkinos arrodillados en el suelo del salón con la mirada tan conquistada por el amanecer y la bondad, retratos de John Wayne héroe pistolero a tu medida, una ensaladilla que sobre las cuatro fue un marisco de patata y Morante desde Jerez en la pantalla del ordenador como un bailador flamenco en el altar de la madrugada. Tras el despertar la mañana sigue con una lluvia arrogante y entre las sábanas los teléfonos marcan y avisan de la nostalgia y las fechas y la mirada azul de Juan, príncipe de la fuente dorada, es un recuerdo vivo que cumple años con nosotros. Cómo subsiste el cariño en los cuerpos tras la ausencia; como una bala de plata dormida entre nuestra carne. Después entre estas orillas de gente que cumple años, me arrastran a esta casa nueva. Al entrar y ver esta escalera de luz, pienso que puede aparecer el mismo Tony Soprano con su batín y su estatura, pero aparece una perra dulce con unos ojos de miel alumbrada por el sol. Te veo en una fotografía con Morante de blanco y plata que es la vida apuntalada en la madera. Un poco más tarde cruzando el mediodía del domingo, con la lluvia golpeando las lunas del coche aterrizamos con la lluvia en los zapatos, ya nos abre la puerta Nora que es una princesa rubia y dulce que te besa en los labios. Nora anda con las manos arriba, como sujetada por un hilo de equilibrio, entre voy y casi me caigo y a la carrera llega hasta los muslos de su padre como quien llega a un lugar donde se salva y se protege. A ratos se esconde entre las paredes del sofá y reaparece con una sonrisa si le llamas y sus rizos rubios son un tirabuzón de felicidad para todos. Un poco más tarde cruzando los semáforos de la tarde llego al ruedo de Las Ventas y viendo la corrida de Dolores Aguirre uno piensa que todavía podemos vencer al toro aburrido de todos los días. Rafaelillo de azul eléctrico y su mirada azul y decidida, sabe como acunar en su muleta la astifina bravura del toro de Aguirre, cercado el riesgo y la electricidad en torno a su cintura. Este torero pequeño en el que todo es mirada azul y corazón dispuesto, tiene su latigazo de arte y buen gusto. Tan asentado y firme llevó muleteado al toro hasta los límites de la cadera y la emoción; nos quitó el mal gusto de los tiralíneas de los días pasados. Más tarde, de Las Ventas al ruedo en video del Madrid del año 1995, aquel día que tú me llevaste a ver un festival de toreo clásico en homenaje a Enrique Bernedo Bojilla, al que recuerdo beber Chivas en una barra repujada de un bar de Gijón, tan torero y tan sabio. En los planos sobre los tendidos, te busco y me busco, entre los pañuelos blancos de aquella alegría redonda y Chenel. Y sé de sobra que seguimos ahí, guardados en la memoria del granito de Madrid.


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