25 agosto, 2011

Bilbao 1988

Cuando Morante de la Puebla con su silueta cada vez más Antonio Bienvenida se salió ayer en Bilbao tan Gallito, doblándose con el segundo toro calcetero a la muy antigua, el público le pitó. No fue mala fe, más bien el público no entendía su lenguaje. Morante es un torero de otro siglo lleno de latinajos de la edad de oro. Deslumbró Morante con una faena sin métrica moderna, distinta, desestructurada y cuajada de un barroquismo de 1920, esa lentitud del video en blanco y negro de Joselito el Gallo, ese molinete estallado de torería por Juan Belmonte cuando el toro le hizo hilo ayer en Bilbao fue la misma máquina del tiempo haciendo la muleta una mariposa de franela roja. Si Joaquín Vidal hubiera visto esta faena, hubiera encontrado la contra versión del pegapasismo. La locura de los remates inspirados. De la pasión Sevillana y graciosa. Y luego los versos modernos del redondo roto con el pecho también toreando y la barbilla rebozada y prestada al tiempo del derechazo. Un día Morante se liberará y en mitad de la faena de muleta pedirá (no la silla) sino el capote, aquel capote de cielo rosa que inventó en Madrid el día 21 de mayo de 2009. Este agosto no vimos (mi amigo Bilbaíno y yo) a Morante bajar repeinado de las habitaciones vaticanas del Hotel Ercilla acompañado del flequillo rubio de Curro Vázquez. Igual de repeinado volvió a Bilbao Urdiales. Todo entregado. Todo bien hecho. Todo puro. Vestido de plomo y oro, como el suelo ferruginoso de Bilbao, era una extensión de seda y metal, escupió temple y torería en una versión más sesentera y Vazquiana que es un pildorazo de toreo clásico para el aficionado. Y que toro en Bilbao (¡). Que hechura la corrida de Cuvillo (¡) y que respeto astifino por el cuerno, que isla de respeto al toro. Si en Bilbao paseas por sus carteles de los sesenta y setenta expuestos por la plaza, ves a Camino colgado con Miuras y otras gestas de las figuras de esa y otras épocas (Juli también mató 6 Victorinos en Bilbao). Qué pensaría Boix si se diera una vuelta por esos carteles de épica (...) que en 1988 escuché a algunos viejos aficionados Bilbaínos en el verano en el que Pascual Mezquita conquistó Madrid y luego Vistaalegre. Yo volvía de Londres y mi padre me enseñó Bilbao y ese perfume inolvidable del Hall del Hotel Ercilla donde por la noche tocaban Los Del Río y por el día vi vestirse a un torero de grosella y oro.



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