La torería de L. Carlos Aranda
En la oscurecida de la noche, se plantó Luis Carlos Aranda de negro y plata. La noche bajo una distancia Cheneliana y poética, bajando las manos como en la espera de una amanecida lumínica , arrastrados los arpones en mitad del albero y del aburrimiento isidril. Dejó arrancarse el toro con las manos abajo, viéndolo venir. La luna puesta y asomado el mechón celestial de Chenel. Qué manera de clavar, de andar y de salir de la suerte, de parar el tiempo y el curso mismo mismo de la feria. Son los toreros deslumbrantes los que hacen caminar esta fiesta. Qué golpe de estado al pegapasismo y al aburrimiento que según Umbral sería pesimismo oscuro. Y qué torero y distinto Morenito con la izquierda; vestido así recordó la sinfonía natural de José Tomás de grosella y oro con aquel toro de Bayones. Y vayan mis disculpas a la saga de Joselito L. de Castro. Claro que nos acordamos del aniversario Morantista del 21 de Mayo, cielo de capote rosa. Y cuanto, cuanto nos acordamos de Antoñete y de la voz fantasmal del tendido : “Antoñete vuelve”.
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