Ayer
Zoe es blanca y despierta a Nora de madrugada en su guarida de sueño. Llego a media tarde de una ciudad donde los parques están en lo más alto y donde la carrera es un agobio salvado por la voz que me regala el nieto del niño de la puerta del sol. Te veo por una mirilla que mira al pasado. Todo va tan rápido que los minutos son futuro, a nosotros se nos escapa el presente entre las manos y el mar desde la ventana del hotel es quieto y negro. No para de nacer gente. N. es un príncipe tranquilo con faldones y demás. Nora se bebe la vida. Corre interminablemente. Pregunta cantando y sonríe por todo. Sabe parar la película, tiene el don de dirigir el tiempo, de comenzarlo. Henry afila su cadera y como Nora se bebe también la vida. Engulle mis árboles y mi jardín literalmente. Veo también por la mirilla del pasado un manojo de lances de Pepe Luis Vázquez en Utrera, vestido de corto, cogiendo el capote tan antiguamente, arrugadamente; como trayendo el pasado sevillano al presente mismo de la crisis, lanceando a un utrero con el don divino de la naturalidad, como si todo el cuerpo manejara el capote, como si el cúbito de las muñecas llegara hasta el alma rosa del capote. Un torerazo rubio venido también como tú por la mirilla del pasado.
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