Fuerza Padilla
Sabes. Recordamos el tiempo que conocimos bien a Juan José Padilla. No dejo de pensar en él desde que volví de La Habana. Es en su cicatriz prisionera en lo que pienso. Lleva Padilla la verdad del toreo surcada en la misma cara y en todo el mapa del cuerpo. La pintura negra de Goya. La mente intacta de torero macho. J.J. da una lección de amor y respeto al toro desde sus monteras monumentales. Fuerza Padilla, esa misma fuerza que araba los alberos hasta la puerta gayola: aquellas primeras puertasgayolas de San Sebastián, Bayona y demás conquistas norteñas, aquellos hoteles, aquellos tentaderos con nosotros; aquel vuelo rosa al viento de la puerta de chiqueros era un lance por ser alguien torero; este torero a veces tan heterodoxo: aunque Suso en su diván de psiquiatra me adivinó freudianamente como Padilla sabía meter los riñones y dejar la huella y la planta tan Antonio Ordóñez: como en el último San Isidro o antes en aquel festival de Guadarrama. La mirada de Padilla ennoblece éticamente al arte del toreo a pié y al hombre, nos deja boquiabiertos, y es esa gana de calzarse la seda del vestido de torear de nuevo es una declaración de amor al toro y de hombría. Ojalá salga luz de la luz heladora e invernal del quirófano. Y mirada. Y suerte y todo un camino nuevo hacia la puerta de los chiqueros. Padilla ya tiene la fuerza, y la magnitud recta del respeto y de la gloria de tantas puertas principescas por donde sale el toro, por cierto el toro.
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