Memoria de Julián
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Atravieso más de treinta semáforos al día, rojos y verdes. Radares y amenazas. Pruebo a vivir como dice Caballero Bonald en su reconstrucción de la posguerra. Y regreso a tu mismo café, bebo el mismo caldo negro, en ese bar remozado que es un pasillo de sombras, de tu sombras y amaneceres y aprendizajes con Pellón. Del abrazo con S. Bolín salgo más armado para afrontar el final de la mañana que conduce a una piscina azul, ajena a todo lo demás. Seguimos de noche al agente Mcnalty como si siguiéramos a una imagen de los todos los buenos que pierden siempre. Por eso tengo un perro digo a los que nos preguntan, como un territorio negro que te mira con ojos limpios y buenos, un perro que tiene ladrido y me lame por la mañana; no lo entiendes si tu latido es de madera. Pierden siempre los mismos, por eso a Juli le amurallan Sevilla, como si el agua de aquella tarde de lluvia y puerta del príncipe se hubiera llevado la ley y los olés al fondo oscuro del Guadalquivir como un ancla olvidada de toreo mojado y hermoso. Como si no hubiera memoria. El mismo agua que se lleva la memoria gris de los muertos que también perdieron amparados por ese juez tan Mcnalty.
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