15 diciembre, 2006

Curro Romero, Laudatio Taurinorum

Verónica y cuarto, Curro Romero , que a Julio le gusta leer estas cosas en Nueva York.

Curro engominado, bronceada la piel gitana casi, en la puerta de cuadrillas de un telediario. Traje azul pavo impoluto. Hablar pausado, las palabras como naturales se detienen para acentuar y ligar el empaque, el temple. Un bronceado que es un aura, un aura templada y tranquila, que va tras Curro llevando sus faenas hechas bronce y sueño: su andar imaginario, aquel pecho hinchado de torería, aquel andar gracioso muleta arrastrada y aquel capotito pequeño mecido con mimo, con ritmo de bulería y de quejío. Un quejido que estremecía a un muerto. Curro Romero descansa de homenaje en homenaje –ahora en la Complutense-, de recuerdo en recuerdo, de sueño en sueño vemos la luz: verónica y cuarto de curroromero que paraba los minutos, las espantás que eran la huída de las musas caprichosas, el kikirikí hecho memoria, hecho sello. Los sellos de Curro, que más que ensalivados, serán llorados y bendecidos, para que no lleguen nunca a ningún destino, para que nada más que viajen de mano en mano. Dando arte gratis. Recordando la poesía más pura, graciosa y canalla.

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