18 noviembre, 2006

Humo en Fort Apache

Hubo caladas, como entonces. Y sensación de familia. Me despedí del newyorkino, el niño de brooklyn vestido con el mismo terno catafalco. Nos despedimos al estribo de un taxi, así como en el verso de García Montero: ” tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”. Bajo la luz quemada de las farolas, con lunares de lluvia en la visera del casco, yo, el banderillero de esta familia, fui acelerando hasta las horas que se tatúan al recuerdo como muescas en la corteza del árbol. Fumaron más que entonces, se mezcló el aroma de clavo del Lagavulín, con los arañazos de los corazones sin tráfico, sin pulso. Fumaron cigarrillos blancos y se llenaban de humo las risas y la música de Dylan y Young, sentada con nosotros en el sofá, acercándonos, certificando el mundo que se ve más allá de la línea del mar. Hablamos sin parar, de lo nuestro, del cine, de la manca perdida en el camino. De los libros que hacen soñar. El Hombre de Huete, enjuto, serio y templado, atento como una esponja, rematando las últimas embestidas de la botella de Lagavulín con jarabe de Coocacola. Julio hablaba por teléfono, dando vueltas al ruedo de una mesa antigua, perdiendo el cigarro blanco, como quién pierde la muleta al comenzar la faena, tomándose la vida como viene, sin condón, sin casco, haciendo un triple mortal si se tercia, con o sin red, regalando el genio a chorros, como los toreros machos que no pierden valor por abrir el caudal de las femorales. Los primos que son igual de hermanos y dos gotas de océano parpadeando al final del sillón, como un reloj que marca el tiempo de todo esto. Los cigarros que se encienden y se apagan, los abrazos que suenan por bulerías y los niños que respiran ajenos, que navegan en un mar de cosquillas. El lucernario a lo lejos como una silueta desnuda y oscura, cerrado por derribo, por que hoy disfrutamos frente a frente echando una timba con la vida, con tapete de ibéricos, quesos y buen vino y con humo que niebla como un misterio lo que vendrá: quién sabe si como entonces, la puerta del príncipe o el hule cabrón de la enfermería.


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