29 diciembre, 2006

Sevilla


La Maestranza pare sin parar aficionados diferentes. Había hasta hace unos años un
pedazo de torilero con hechuras de Formidable vestido de gris perla. La raya de su pantalón era algo así como el meridiano que cruzaba el sol antes de que sonaran por los cuatro costados de la plaza, sólo, los clarines serenos de Sevilla. El torilero tenía un andar al paso de Curro y cuando algún matador se disponía a recorrer el cadalso infinito que discurre entre el burladero de matadores y la puerta de chiqueros, una vez hincadas las dos rodillas en el suelo para recibir a portagayola, el torilero, conocida la angostura y dificultad de los toriles en Sevilla, mandaba callar torero y gallardo, se enfrontilaba con el matador como para darle una bendición sacerdotal, solicitando permiso para abrir el portón: “ a callarse tol mundo que se juega la vida un hombre”. Helaba los corazones. Sevilla más que Madrid da personajes así. Pueden ser torileros o areneros que han debutado con caballos con ManoloVázquez, o médicos sublimes que quizá afilaron de humildad su bisturí, viendo como mueren de cerca los toreros. Hace unos días se fue uno de estos personajes, Quini, uno de los alguacilillos vestidos de pana negra y fina: cuando el domingo me pongo mi traje negro de pana, y ese clavel en la boca, y el sombrero de ala ancha, cuando te espero silbando debajo de tú ventana, de tanto y tanto quererte el corazón se me para, decía la copla. No se cubría Quini con un sombrero de ala ancha, sí coronaba su cresta una pluma roja que hacía quites desde el callejón -como aquel que le hizo ganar el premio al mejor quite de una de las últimas ferias de abril-, como un bumerang capotero que salvó, más de una vida.


Estadisticas blog