03 enero, 2007

Pozo Moqueta

Sánchez Bolin viajó en la era del Pozo Cablero hasta los mares de Valencia, lejos de Los Mares del Sur. Navegó creo recordar por un manso pozo moqueta. Yo regreso hoy del pozo moqueta –no hay mejor definición- y hasta las suelas de mis zapatos me piden una tregua. Los pasos en el pozo moqueta y perfumado, no suenan. Son pasos flotantes de leguleyos tranquilos. Busco como Camarón con el hocico en la moqueta, el rastro brillante, nutriente y distinto: como áquel rastro del pozo cablero, rastro de música, de literatura, de gente con la agenda conectada con vida, de carcajadas de sobremesa, orujo y tumbadito de nata. Vuelvo cansado, retumban los ecos del habeas data, chorreando consejos por los bolsillos, agotado por el señor Francois Pignon (la cena de los idiotas). No voy a decir que cojo la cama como Castella, que allá en Lima, camino de los mares del sur, ha tomado la cama de la UVI con costillas rotas y astilladas por un toro abrochado. Las costillas de Sebastián Castella son murallas de marfil que guardan un corazón que late valor y quietud y ganas de ser el primero, con sangre, con temple y con la vida en el tapete. Con ese aire gélido que tiene la mirada de algunos toreros a los que no les importaría morir demasiado pronto.


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