05 mayo, 2007

Insomnio

Soñé contigo, aquella conversación tuya volaba conmigo por una carretera sin señales ni líneas blancas que guiaran el coche rojo. Acelerando: un sueño corto sin principio ni fin, nítido y sin lágrimas. Me asomo después de la cena a un ventanal de espuma, de lluvia y de noche cerrada. La noche por lo oscuro afianza el cansancio que no sabe como escapar sin sueño y mis párpados se hacen escayola por la cafeína. Pesan las pestañas. Hay besos que a esta hora aún me duran igual que un largo y dulce túnel y veo los libros en la biblioteca que se mezclan con los tuyos con arrugas en sus lomos. Pienso: los libros que compro, las cosas que apilo y estreno, te conocen quizá porque sigo mirando muy a menudo con tus ojos. Por el montante de la ventana llega el amanecer y a lo lejos puedes ver una ojera color malva por donde nace el líquido del sábado y si te paras a escuchar el latido del silencio en este cuarto dominado por lo oscuro y un neón luminoso que dice el espíritu de Pavese; y si el rumor de las rutinas de los vecinos paran y dejas que el silencio caiga con el temple de una hoja, puedes escuchar el rumor del mar antes de volver a dormir.

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