10 junio, 2010

Nocturno

La lluvia que cae sobre la ciudad es un guardián de los secretos. Este agua de la noche es un sol de rayos húmedos y en el jardín del insomnio y la noche en blanco el sueño se resiste. Luego caigo en la lona de las sábanas blancas y sueño como aquel libro que hace tantos años me regalaste: mujer de rojo sobre fondo gris: en mi sueño una ciudad en estado de lluvia, el ruido del tráfico sobre el agua, tu gabardina roja también sobre un fondo gris que atraviesa la lluvia, la esfera de silencio que te persigue como un perfume, caminando, con ese peso de plomo que tiene la pena como un ancla. Veo cómo te cuido. Estoy contigo. Te ayudo a cruzar tus puentes larguísimos. Luego te arropo. Luego y más luego te espero detrás del sueño y la nube negra, mientras duermes, para en el amanecer descorrer esta cortina de cielo tan drogado de tormenta y deslumbrarte con cielo azul y algunos besos. Despierto. Me mira este perro desde su ovillo, y tras las tareas del café, bajamos hasta la misma playa de agua y los dos queremos ver más allá de la lluvia el rostro del verano, con esa gana de tocar el mar. No se cómo viviría sin este perro y su mirada nublada, su piel con costura. Verle correr así, levantando el agua en cada galope, bebiéndose los charcos de esta vida, su lomo llevando la lluvia por debajo de los chopos, es una buena manera de empezar este día. Y si este perro sigue vivo y galopa, y hace suyos los parques y los corazones con su voz flamenca, si supera las ferias y los inviernos, es quizá que las sombras tengan más vida que silueta. Y los sueños mas vida que sueño. Y nosotros un país donde encontrarnos.


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