04 junio, 2010

Regresos

Valencia, 1920.
Para Paloma. Que me llamó y no respondí.

Regreso entre el bosque plano y negro de la carretera. Tras las curvas de la noche aparecen estrellas; tras la estela me persiguen los árboles helados del invierno, los corazones indescifrables y la velocidad es el recoveco donde descansar, el diván, la alfombra voladora que sutura y cura. Busco por la carretera ese país donde hablarnos, si es que el amor es también la esquina de carmín de las palabras. Sabina es un concierto antes del amanecer, a cielo y carretera abierta, tus ojos: alfiler luminoso de la astronomía de este día. Pienso en Jaime y en sus islas nuevas. En la comida soleada del 22 de Mayo, en la que no cabía más luz, ni melena más rubia que aquellas cervezas; ni más torería urbana. Pienso en llegar y en ver ese capote de Morante grana y oro que movió Madrid. Morante que desde Nimes ha dado vida a la silla y al toreo crudo e inyectado de El Gallo. Morante que se va inmortalizando. Cruzo este puente de Fernández Casado, ahora Mateo Escandón y veo este lago a su izquierda como un charco hecho por la sastrería divina de la noche. Busco llevarme esa luz tranquila del sol sobre los puentes, la estela blanca del romance en coche de Mateo Escandón, su escapada. Y busco la silla también donde sentarme y despachar la vida y sus corazones oscuros. Así como El Gallo. Entre nunca y quién sabe.



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