14 enero, 2007

Palomas Eléctricas



Hay Palomas Eléctricas en el pozo moqueta. Estos días sin tregua cojo el olivo de la cama, el sobre nórdico ahora rojo pasión me tapa hasta la línea misma de la montera. El único placer de estos días es llegar de madrugada y cuando mis pies no han llegado al fondo húmedo de las sábanas, abrir Palomas Eléctricas, otra vez, a la luz de una lámpara de ikea. Desde el principio. Volver a un libro leído puede ser tan peligroso como volver a inventariar las caricias de un amor pasado. Conocí a Julio y me vino la imagen de aquel diálogo entre Paco Rabal y Emma Penella en Juncal: hay algo grande en tu mirada Juncal… Hay algo grande en la mirada de Julio y algo muy grande en su manera de escribir: una literatura eléctrica también, un tobogán de Sábado a Sábado, hay algo lorquiano en su manera de escribir: los sentimientos, los anhelos o realidades de unos cuantos chicos que sitian la adolescencia y la vida en la plaza mayor de Valladolid, están cosidos con los hilos de un verso, son fogonazos de poesía cara. Deslizarse a tumba abierta por la nieve tatuada en negro de sus páginas, llegar hasta los diminutos puntos redondos y morderlos como una trufa. Llegar al final de cada día y dejar que una cereza carnosa y dulce y negra se deshaga entre neuronas. No es fácil definir una generación y mucho menos hacer sonar en tu cabeza, como un violín afinado, la melodía del sexo, del amor o de la desesperanza. Tampoco es fácil llevar a la tarima de la literatura, el adulterio que de madrugada se firma con el whisky, ni el agujero negro y vertiginoso, el viento frío y fuerte que sopla de madrugada, que no te deja dar un paso al frente, que no deja regresar. Vive Julio en la cresta de la ola, alejado de la asfixia provinciana, vistiendo la prensa parroquial de purísima y oro, en la Nueva York, puta, babilónica y mestiza.



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