11 febrero, 2007

Bienvenida


Zambullido entre el cloro, entre brazadas de duda me vino a la memoria otra sonrisa blanca. Hay ya esperando una sombra, cabellera rubia como el whisky en el tendido del 8 de Las Ventas, una sombra encorbatada y dandi esperando el paso del invierno, recibiendo a portagayola el viento que viene de Toledo, esperando a pies juntos el aroma tenue de la primavera que rompe con la flor torera de San Isidro. Murió Ángel Luis Bienvenida, torero dandi, último patriarca de una dinastía que vistió el toreo de aristocracia aquí y en América, en la piel de toro hasta el mismo París. Mueren las columnas clásicas, se hacen polvo y memoria y al pasear uno siente la decadencia que flota en el foro romano , se mueren los grandes, se va el casticismo de Vidal, la teoría sacerdotal y sagrada de la dinastía Bienvenida, se va la bohemia de un mundo sin rumbo (ESPLA); se viene un mundillo de blanqueos y ponedores y toreros que mascan chicle, se vienen los toreritos de invierno que llaman a los programas del hígado a preguntar por su mascota, se acabaron Joselito y Belmonte, y la leyenda de los viajes en tren y las faenas que hechas sal y mito volvían en barco de América, al ritmo lento de la marea tranquila de un tiempo que corría despacio. Tengo de Ángel Luis un beso, una caricia y unas cuantas palabras de niño, su presencia senatorial en su abono del 8 en Las Ventas y cuatro o cinco derechazos en mi memoria a una vaca grande, erguido recto y majestuoso, mayor y elegante, toreando lento muy lento todo y muy despacio, cosida la muleta a la baba esponjosa del hocico, en pleno campo: flotando las encinas. Decía Ángel Luis, que uno nace torero: y puede que nunca se vista de luces, ni de corto, ni vea sus muslos rasgados y abiertos, puede que no levante olés rotundos. Nada de eso importa para morir torero.

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