14 mayo, 2008

Recordando a Navalón


Estallan perlas a veces desde la modestia del olvido. Allí el olvido, aquí la gloria por el tiempo de una vuelta al ruedo. Buen primer toro de puerta grande, aunque poco que exigir cuando se asume un compromiso tan ancho sin casi vestirse de torero. Desperezado de inseguridad, lleno del barbitúrico del triunfo, ahora tangible y soñado en faenas al aire, Urdiales,torero enjuto, juntó los pies torero, relajado y quieto, ligó dos delantales templados y una media Abelmontadísima y torera. Ceñida. Los críticos sabios, el gran Vidal, Navalón, Cañabate, creyeron siempre en aquellos toreros colgados de la feria del olvido, del ya veremos, del Madrid de todo o nada, caliente, vacío y en Agosto. El olvido para un torero es un flagelo y el invierno un largo sueño de faenas sin gente, de meses sin segundo plato. En la modestia los amigos no llaman, las luces del vestido son oro gastado en un fondo de armario. Ahora los críticos sólo visitan las luces de los farolillos, la sombra de Tomás. Otros tiempos los de la leyenda de Navalón, que respetaba mucho más que a muchas figuras la lucha sin tregua de algunas viejas glorias luego resurgidas. Recordé a Navalón ayer, su prosa eléctrica y a veces literaria, su lucha nada olvidada por la verdad, su pluma dispuesta para desnudar con tinta negra las muchas mentiras de los taurinos, a cuerpo limpio y en otoño con una bufanda al cuello. No estaría de más seguir leyéndolo, su antiguo testamento de los Viajes a los Toros del Sol, sus crónicas en Diario 16. La prosa de Navalón desde el conocimiento técnico y profundo, a veces feroz y excesiva, fue un huracán de aire puro y limpio para la fiesta. En estos tiempos de capotes engomados: grandes como el toldo de un circo, en estas tardes que un toro con problemas como algunos de ayer -nada de banderillas negras-, provoca un desconcierto total y se olvidan las reglas de los terrenos para banderillear, picar y lidiar –verbo no conjugado-. Los capotes y las ideas de los toreros de a pie volando ayer a la deriva bajo el cielo plomizo de Madrid. Salvo El Ruso, por cierto.

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