Sonetos en boca de un perro
Camarón clava sus ojos negros, los orienta en el registro soy perro bueno si me llevas en coche. Es un perro con chofer, como la mujer negra que llevaba a Cela por la Alcarria, le llevo por esta meseta urbana. Visitamos nuestras librerías, elegimos libros. Tomamos café en El Pijama como un exilio del Harlem y vemos a Morante recibir el premio Paquiro por dejar loca de amor a Las Ventas el 21 de Mayo; vestido tan García Lorca: camisa blanca con chorreras y pajarita. A Joselito L. de Castro, continuador de la saga y a mi nos preocupa la frágil armadura del ánimo de Morante. Luego revisamos dibujos de Cuadrado Lomas: una mujer ancha y desnuda de trazo rojo. Campos amarillos. Al pagar mi cartera cae al suelo y Camarón la recoge y entresaca en vez de un billete este soneto como presa. Embadurnado y medio roto, lo vuelvo a guardar, para que sigua viajando conmigo. Para que pese más que el dinero:
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor; pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tu eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz, y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorio,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Soneto de la dulce queja. Noche Oscura del Alma.
Federico García Lorca.
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