01 marzo, 2007

Huellas

Hay un muro de las lamentaciones en el pozo moqueta. Un muro gris donde registrar la vida que llevas, donde derramar el zumo de las carpetas color naranja. Un ojo de cristal sin pestañas, un tipo con gabardina que te controla y te guía por el buen camino. En una pizarra de hielo marcamos las muescas de un trámite que aburre, casillas donde caben siglas y números, pero donde no hay hueco para sellar las risas o los besos que damos. Vino Leo como de incógnito a recoger su dosis de cine y en la cara llevaba tres días sin sueño. Salí tarde y fui con dos soldados del pozo hasta un bar del que colgaba un campo de fútbol. Hablé con S. Bolín que hace castillos de arena en el desierto de Afganistán. Después desanudé los zapatos al llegar, los enceré como el arnés de la espada de un soldado del XVII: para escuchar al día siguiente el eco de mis pasos, en la moqueta, en un café, en la tarima de esta casa. Andar para al menos creer en el ruido de tus pasos.

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