29 mayo, 2008

Príncipes de Madrid


En el amanecer del tren resuena el canto del gallo de los ministros frustrados, gentes que hinchan el pecho y a voz en grito detalla el estercolero de su esclavitud cotidiana. Revientan el paisaje, joden el silencio. Prefería aquel ambiente de mercado de noche de suelos de hielo y hombres que elegían pescados a medida. Aquellas mañanas tenían un discurrir natural y olor a vida. Almejas de limón que aterrizaban en el duodeno dormido por el frío. Madrid hoy es una ciudad sin viento, una atmósfera con presión propia que hincha mis manos. Camarón me lleva hasta el germen del pozo moqueta, nido de corbatas de águilas de nudo gordo y negro. Para mi Madrid en Mayo es un ruedo sin albero, un ruedo que aún empapa la sangre de los días pasados. Frascuelo es un zagal en el sesentena. Un torerazo lleno de afición. Los pitones del toro de San Martín abriendo los muslos de mantequilla y seda de Frascuelo. La sangre de Frascuelo es roja, sangre de afición y de leyenda. Da igual si torea treinta tardes o dos. Da igual si no cumplió juramento de olvido con aquel toro de Villagodio que le partió al medio en Bilbao y le dejó vivo como a Juncal: sólo para contar la historia cercenada. Conocí a toreros que confundieron la afición con la enfermedad, que desfondaron la dignidad siguiendo a un tren perdido, toreando sólo en la barra del bar, que llegaron a los sesenta con la timba cerrada, el pelo teñido, los sueños rotos. Pero Frascuelo no. Frascuelo no será Juncal, será el torero que conquistó Madrid, torea fuera de la barra del bar, en el mismo centro de Madrid, un toreo de pintura clásica, de empaque, de distancia y de torería. De regusto en el paladar. Madrid bebe los vientos por Frascuelo, los vientos de esa torería eterna que se fue con Chenel o Curro Váquez: hijos de Madrid. Esa brisa, ese toreo que vuelve a dopar el corazón de Las Ventas y hace del 7 una novia embobada. La vuelta del hijo pródigo, de otro príncipe modesto de Madrid.

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