16 junio, 2008

Teoría del toreo dramático

Me emocionó siempre la pureza de José Tomás, la poesía dramática de su toreo. El valor al servicio del toreo caro, del natural largo. No me emocionó la propuesta del siglo XX, el toreo plástico y estético, la analgesia de Ponce, el tufo fábril de Joselito, el toreo que llega al tendido cansado. Muleta afónica. Está bien un toque de sal de eco atávico, de toreo antiguo, de gesta Belmontina, un gesto, un toque de tambor. José Tomás prende fuego a la razón cuando falta el toro, convierte el toreo en un circo romano: lucha de gladiador, el olé escondido, los gritos del miedo. El toreo es un arte evolutivo, un testigo de técnica y conocimiento, una jarcha que se canta de generación en generación. ¿Dónde esta el límite del valor? Quizá el valor fuera la arquitectura que haga fluir el toreo racional: no olvidar que existen terrenos y distancias y caminos exigidos por la condición del toro. Esa sería la frontera: las leyes de la tauromaquia como biblia torera. No olvidar que hay toros que no admiten otro camino que el espigoso toreo sobre las piernas. Toros mansos que necesitan su alpiste, su sitio y sus suertes. Hay toros de cara y cruz y un terrero, una distancia, un toque exacto. Hay una matemática, una ecuación técnica que aplicar a la condición de cada animal. Una jugada de ajedrez. La pregunta es si hay recurso y tauromaquia después de la gaonera y el estatuario, iluminación de toreo cabal. Si hay recurso para el Victorino. Si el toreo de Tomás es largo o corto. Un gesto es echarse en la cara del toro para asegurar un triunfo. La sistemática sinrazón. La suerte de matar tiene recursos para no ser cogido. Quizá en Tomás haya un lado oscuro, algo que despachar en una timba a vida o muerte. Llega Tomás hasta un paisaje de arena tenebrosa, oasis de sed y muerte, un mundo de astas que se multiplican, olor a carne abierta, jirones de corbatín, un lugar donde ya solo el diablo llega hacer el quite. Conquista José Tomás el lugar sagrado del toro, la poza donde caer herido, una amanecida donde saltar por encima de la muerte. Esa es la intención, templar el viaje de la cornada, no claudicar ante la muerte sino olvidarla, pasar su fielato. Derrotarla. Fiebre y tomasismo y la feligresía desbordada, olvidada de razón. Madrid sin rigor. Prefiero el Tomás de pureza, enigma y misterio vertical, sin borracheras de cloroformo, la dosis justa que no emborrache que de el punto. Ese punto del toreo emocionado. La revolución de Tomás no está en la vuelta al éxtasis romano, corre por la sangre de sus muñecas escaleras de corazones que suben y bajan dispuestas a crear el toreo bueno, a parar el tiempo. También la revolución verdadera y callada de José Tomás estaría en su voz. Una voz que clamara por el toro íntegro en cualquier geografía. Contradicción: el mismo torero que enamora un día Madrid y al otro lo llena de angustia y baña la plaza con luz de quirófano, acepta el juego tramposo de la periferia. El negocio del toro desalado. Esa sería la gran figura, la que cambia el rumbo dentro y fuera del redondel.

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