Días de verano
Camarón estuvo enredado a mis piernas un fin de semana entero. Me despertó con su hocico haciendo toc, toc al estribo de la cama. Corrió conmigo, planchamos, toreamos, hablamos y vimos Lost in Translation otra vez en V.O. siguiendo el consejo de Jaime que se quedó solo en Madrid para que Nueva York ganara un habitante que conquistará Manhatan con una mirada verde mar. El rape y el vino blanco de Apolonia es la ruta del sábado noche, la ruta del rape. Fresa del mar. El perro nublado es un becerro que como áquel semental de Antoñete come bellotas de mi mano y nos acompaña por esta casa luminosa. Al caer la tarde encierro en una mirada la vereda de chopos, la hombría del árbol verde y musculado, el viento que va y viene de hoja en hoja trayendo el sol perezoso de este verano tímido. Te echo de menos. Fort Apache iza bandera mirando al mar. Esta casa ya tiene una memoria ciega, siluetas desnudas, voces que la habitan, un perro nublado que quizá se vaya pero se queda, fantasmas de noche de verano, tú y yo tatuados en la pared blanca al lado de la gaonera inmensa de José Tomás, tabaco y oro. No puedo con el ruido de San Fermín, por eso no fue nunca Curro. De la calle viene un murmullo de domingo, de luz de verano, coches que pasan tranquilos con toallas en el maletero. El sol de otros veranos bronceó la memoria, la lleno de brillo y luz de otro tiempo, de planes, de viajes buscando los toros del sol. Aquellos veranos donde la playa era un ruedo de albero o de arena sin más. Aquellos veranos a la sombra de las cinco de la tarde.
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