27 octubre, 2010

Paula

Regreso. En estos días limpios y azules donde el frio se acomoda a la anchura de esta atmósfera sin nubes. Corro a oscuras, sin sombra, sintiendo el bíceps del invierno, siguiendo el metal nocturno de las farolas rotas y la voz de Quique González me lleva hasta Conil de la Frontera. En una de estas noches Paloma siente como se agujerea su marfil, mi madre duerme al borde de un acantilado cantábrico y nosotros dormimos con el mar como cabecero, y un faro que ilumina el mar, un camino en el agua, mi sueño de noche.

Desperezado de la temporada abro el invierno con el natural desmayado de Juan Mora en la memoria, como un capricho maduro de Madrid, Mora es ya un torero de mechón y apasionata, que conoce el sístole y diástole del corazón del 7 y demás. Mora hizo un viaje desde el estaño del espejo, desde el ensimismamiento del cuerpo hasta la naturalidad del valor y el descaro de lo clásico. Pagó el peaje de Chopera y después de ver el ocaso de la vida en Jaén ha visto el despertar de la vida en el octubre dorado de Madrid. Estos días de octubre leo una biografía de Paula, con un prólogo torero de Felipe Benítez Reyes. En octubre de hace un montón de años vi la verónica de Paula en Sevilla, un día que Paula se midió a los dioses con seis toros y un capote con las vueltas verdes, no un verde manzana, ni oliva, ni esperanza. Un verde de locura. Paula era un torero roto con pasado bucanero. Un torero sin huesos. Decía Umbral que el hueso era un lugar a donde no llega nada, el lugar a donde el amor o el sentimiento no llegan. El lugar donde sólo llegan los golpes: medulas que han gloriosamente ardido. Paula toreaba como si todo fuera a desmoronarse al instante siguiente, como si la muleta pesara como la plaza, el capote tuviera la presión azulada del cielo. Pero superaba el segundo siguiente y deslumbraba un toreo gitanísimo y artístico, desarmado de técnica y argumentos esquivos. Un modo de torear tan puro, tan valiente, solo sustentado por el esqueleto armónico de Rafael, que luego en la vida persiguió el desamor también sin técnica, argumento o razón. Cierro esta entrada con la memoria Sevillana de 1987 y un capote con vueltas verdes que sigue aleteando superado el siglo y el olvido.


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