31 enero, 2006

Número 31: Cithăra

Nieve. El sábado un tipo bailaba un chotis con notas de alcohol y hielos de nieve, detrás de la bola del mundo: las piernas engañando baldosas, alentadas por los hilos invisibles de la marioneta en que nos convierte el J.B. Berlanga aparecido entre los copos blancos del absurdo. El domingo abandonamos el Número 31, la ciudad una pista de hielo, aceras con la nieve rota, arañada por el sol que se encendía lento. El cielo azul limpísimo. Le dejamos a traición, desnudo, blanco roto, triste y con las costillas al aire: los tabiques desnudos, desfibrados por los golpes de pelvis del Sifredi Aguabibi –ese es el apellido del caro vecino-. Sifredi follaba sin descanso, reventando muelles y colchones, alborotando sueños, lecturas y proyecciones. Poniéndome en el compromiso de la comparación, haciéndome subrayar ante la fiscal Ruizitziar, que el tiempo es una quimera. Horas y horas de empujones, de terremotos sin gemidos. Todo seco. A taladros con broca del 15. Los tacones llegaban rápidos hambrientos, húmedos y contundentes; se iban desafinados, lentos, rotos por el desgaste de la lujuria más absurda. Aguabibi, que follaba tan bien como cantaba y el 31 que nos dio más de lo que tenía. Ahora los besos sin muebles en un primer piso, sin libros - sin nada-, suenan con el eco que salta en el amor cuando no nos lo creemos del todo. Averiguamos poc a poc, que existen pasillos y dacha para que duerman los amigos. Coloreamos habitaciones y descubrimos que existe el espacio. Ayer me senté en mitad del dormitorio color malva: como el vestido de Katherine Turner en el Honor de los Prizzi. Me sentía extraño, echando de menos al pobre 31, imaginándole sólo, seco y olvidado como el clítoris de una vieja.
P.D.- A la vuelta del edificio nuevo, hemos visto aparcado un coche rojo de nombre italiano. La matrícula coincide. Es de Aguabibi. Psicosis. Aún no conozco al vecino/a de arriba.

26 enero, 2006

Vértigo

En la puerta del 31, en la otra acera, hay una bobina de cable acordonada. En una de las tablillas de las vallas que lo acorazan reza: RETECAL. Algún recurso inhumano lo habrá colocado allí a portagayola, como un vía cruzis, por si me olvido. No hay nada nuevo bajo mi sol, si es que existe tras la niebla persistente y el gris plomo que todo lo encanta. Mi agenda deshabitada como mi colchón. Tan poca ciudad y tanto por hacer. Ahora manejo el tiempo, por unos días. Para leer el periódico de atrás hacia delante, para devorar libros o para acudir a misa del Loco de la Colina. Para hacer deberes pendientes. Hoy he limpiado el lujo de tocadiscos que tenía mi padre: el picú. Resiste la misma aguja que rasgó mil vinilos de Edif Piaf. La vida y lo que la rodea gira y gira como una noria de un solo viaje. Solo permite que te bajes en marcha, que te juegues la vida con el salto a tierra firme. Vértigo que el mundo pare. Esta velocidad de la luz en las cosas que tocamos y amamos. En los rostros que vemos hoy y mañana no serán los mismos: otros millones de células delimitarán mañana nuestros gestos. Por el camino perdemos sonidos, perfumes, ruidos y costumbres que casi olvidamos. Recuerdan el sonido en blanco y negro de la aguja del picú acariciando la música. Irene y Antonio no lo conocerán. Recuerdan la asfixia de una cabina telefónica, el frío que entraba por las branquias de sus pies metálicos, las monedas en la bandeja, el ruido de los duros al caer en la ranura de la cabina impidiendo escuchar con nitidez las palabras primeras del otro lado. Los tipos como Nemesio, que en los bancos se colocaban manguitos y se dejaban crecer la uña del meñique para pasar la vida en calderilla de los clientes. Los mercados que en navidad parecían el Bernabéu, eran el único refugio de racionamiento para amueblar la nevera. Los mandiles recién planchados de mi abuela, blancos, impolutos vírgenes de escamas, listos para pasar revista por el Capitán más exigente. Recuerdo cuando llamaba a una chica desde el teléfono de casa, los segundos de espera cuando respondía el padre o la madre de la criatura. El ruido de una televisión que llegaba distorsionado hasta el auricular, los pasos de ella, que cada vez se hacían mas graves hasta que llegaba la voz de pronto cristalina. La ciudad que se acababa en la División Azul. A menudo mi abuelo me subía la loma que lleva a la parte más alta de la ciudad y a mi me deslumbraba un campo de amapolas rojas como su corazón, amapolas que ahora cimientan robustas y tiesas mil edificios. En fin. El ipod me enamora y esté diván en abecedario, también. Pero hay sonidos y perfumes que prefiero no olvidar.

23 enero, 2006

Olas de agua dulce


La niebla se estampa como un meteorito contra la ventana. Las excavadoras continúan a pesar de todo tejiendo los mimbres de las aceras, mezclando la tierra, pisando y borrando las huellas que fuimos marcando, como un mar tranquilo, invisible, que llega a la orilla para follar la tierra con cemento. El ventanal me enseña una hilera de luces de freno rojas, quietas, intermitentes. He llegado por la orilla del río hasta casa. Me carga las venas de litio y energía, bucear por los puentes que conducen al centro de la ciudad cementada. Sentarme en uno de los embarcaderos y ver a las piraguas alineadas, peinando el agua, conformando olas mínimas y sutiles. Es como sumergirte en el arrabal de la ciudad, coger aire y en media hora salir a flote: con el corazón latiendo fuerte, rotundo golpeando los pulmones, como si la vecina de arriba se hubiera calzado los tacones de aguja y andara a la carrera en mitad de mi pecho jilguero; a flote y a salvo, asomarte a la vida y el bullicio, justo en el Paseo de Isabel la Católica. Al regresar, en mitad de la pasarela pentagonal, había una chica con una fotografía en una mano, un pañuelo y un móvil en la otra. No es mal sitio la barandilla de un puente para tender la angustia, el dolor o el engaño. Las lágrimas no son nada frente al caudal de penas que nadan en el río. En casa me cuentan la historia de Alfredo, el practicante tranquilo, que banderilleó el culo de toda la familia: de dentro hacia fuera, al quiebro, a mi padre de poder a poder, asomándose al balcón del enfisema. La parienta que, navega que navega -volando voy, volando vengo- ha conocido un andobal por la red y le ha dejado con dos niñas y atado sine die al Diván del Tamarit. Los engaños de tres trayectorias que hacen aguas en el alma, que quiebran las entrañas adormecidas por las sonrisas. El dolor que quema y quema, que aparece de improviso. Dolor, pozo que traga boleros, recuerdos y culpas; que hiela la piel y ciega la mirada para ver sólo la penumbra de un después. La angustia que golpea la puerta a destiempo con escalofríos. No es mal lugar bajar hasta la orilla del río para buscar un manantial de fuente clara: Camarón, y subir luego a paso ligero con media sonrisa, hasta la braña verde y sabrosa que ofrece la vida, si llamas al timbre del 31.

22 enero, 2006

Autoayuda

Algunas librerías tienen sección de autoayuda. Manuales escritos por mamporreros para echar una manilla al personal. Cómo superar crisis de pareja, cuentos para vivir tranquilo, cómo hacerse millonario, el estrés, guía de supervivencia al divorcio de los padres. Fórmulas alfanuméricas en blanco y negro para enfrentar el cáncer, o el verse tieso. La depresión o la infidelidad. Hasta se atreven con el desamor. Vale.

Yo necesitaría una sección de asistencia diaria: para cruzar la telaraña del día y de parte de la noche. Cómo no perder el ánimo ante la inconciliable vida familiar y laboral, cómo no desesperar al ver las listas de espera en la Seguridad Social, como sobrevivir a contratos basura, a las madres y padres que educan hijos con una mano delante y otra atrás. Cómo sobrevivir a la falta de verde en Castilla, a las mañanas de cencellada, a la vida en pardo y gris. A la nube de los ERES que se pasean a su antojo por la infantería de las mesas de trabajo. Cómo sacar una familia, un proyecto adelante con dos salarios que parecen medio. En fin, el silente descenso de lo cotidiano que viaja a la velocidad de la luz, que pasa inadvertido para no hacernos pensar. Si piensas o si desistes puede que viajes eternamente muerto en el último asiento de un vagón de
metro. Lean, Ángeles en el Subsuelo –casi es el título de una novela-, dejen de mojar el cruasán y cierren a los columnistas plañideras de la prensa del día, que intentan anestesiarles con estatutos, batasunas y fútbol. Tomen nota de uno de los príncipes que han encontrado la fórmula, aunque sea en el exilio, sentado en una azotea de Nueva York, con las piernas y el alma colgando al abismo de la próxima cadena de palabras. Solo. Para luego contarlo.

19 enero, 2006

Mozart

Ahora más que nunca la cultura marca el tiempo por años, aniversarios y atracos. La que nos espera,

Primera Línea

Tengo el último legajo. Tranquilidad no es del archivo de marras, ese por el que se matan los políticos, -bueno lo de dejarse matar un político, ya me dirán-, ese que guarda papel a papel, la historia de más de un olvidado sin código postal. Es para la torda del Inem que no encuentra las letras en el teclado. Son las teclas -le dije-, que las muy putas cambian de sitio. No se lo toma bien, me mira con ganas de aplicarme la ley del pobre francobahamonde, de vagos y maleantes. Mañana me marcarán con una esvástica en el centro del culo. Veo escaparates al pasar de calle en calle, cabe todo el invierno. Mañana gris, mediodía de librerías. Oletvm es mi librería preferida, está alojada en un edificio del siglo XIX, se asienta sobre unos sólidos sótanos de piedra del siglo XVI. Me enamoran el arco de medio punto que te recibe nada más entrar y el ladrillo que divide las estancias. Me gusta hacerme unas librerías de vez en cuando. En la ropa no. Voy, veo, elijo, pruebo, pago y puerta. En cambio los libros son sacramento. Palpar los libros como una seda, ver si laten o si su prólogo o reseña suda algún olor: oletum, que atraiga a las endorfinas que duermen en mis pupilas. Hoy busco un libro para SánchezBolín. Ahora miro mientras como y no le veo. Veo a mi perra que me pide candela y a pesar de que adoro a Zahíra, no es lo mismo. Para no notar tantos cambios aprovecho la hora de comer para zambullirme en el agua y evaporar el tiempo brazada a brazada. Imposible recibir sms con el ñam ñam bajo el agua. Hoy he coincidido con la triatleta de ingles brasileñas, en la misma calle. Al verla me he cambiado de acera. Me come la moral, nada como un delfín, lanza rítmicamente sus dos piernas al aire en cada volteo y regresa cuesta abajo hasta el final de los siguientes 25 metros y yo vecino de la calle del agua clorada, me veo sobrepasado una y otra vez con el depósito de cortisol en la reserva. Un drama naufragado.

Hay veces que conoces a alguien y al instante te ha cogido por las cachas. Corazones imantados, hasta que uno de los dos corazones decide cambiar el polo positivo o el negativo y ya casi nada encaja. Con los libros pasa igual. A veces el comienzo de una novela te arrastra hasta la caja, con la visa entre los dientes. O te tumba por K.O. en la soledad de la habitación, te agarras a las cuerdas y bajas con tiento el escalón de cada línea, para constatar que era cierto lo prometido. Con miedo de volver a caer noqueado esta vez por el gancho directo al hígado de la desilusión o de las trampas. Algunos libros me han atrapado por la pechera desde la primera línea y me he dejado caer al vacío de su historia. Recuerdo,

1
Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca.
Beltenebros, Antonio Muñoz Molina

Dos recientemente,

En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.
El camino de los Ingleses. Antonio Soler.

Llevabas una existencia al borde de la legalidad, que era terreno propicio para sentir el amado relente de la prisa en el cuerpo.
El fulgor y los cuerpos. Julio Valdeón Blanco.

No me digan que no les apetece seguir leyendo.

18 enero, 2006

El Loco y la Colina


Las dudas me crecen, me anidan, aumentan en tallo alto hasta encapullarme la vista. Es la cortisona que hincha y enturbia todo lo que toca. En la sangre me circula pólvora que no he gastado, glóbulos rojos y blancos que llevan tres años poniéndome los cuernos, adulterando el bambú que sujeta mis rodillas. Olas de cortisol que deprimen mis defensas y de paso complican la espera. Veo las paredes que rodean esta puta sala de espera: sucias, por encalar. No espero que alguien abra la puerta y súbito me tome de la mano y me lleve a alguna parte digna para plantar el porvenir. Tranqui que yo me busco zapatitos pa´ los niños. No se por qué pitón embiste este toro romo y aburrido, se emplaza en medio del platillo. Mansea y escarba. Las reglas de Pedro Romero, indican sobre este particular: todo el mundo a taparse y el matador, sólo y derecho, debe a unos seis metros del centro del ruedo, provocar la embestida del toro, su arrancada fiera, perderle pasos y echarle el capote, muy pero que muy abajo. Y tragar mientras un ejército de arena y chinas le acribillan la montera y el delantero de la chaquetilla, mientras los dos pitones del toro quieren acuchillar el capote.

Por lo demás una mujer me propone subir una colina, retener el mundo entre una docena de paredes blancas, encaladas, vacías. Un lugar donde detener el sueño, donde entre almohadas vernos caer los párpados como un sobre cerrado. Donde encender la luz nueva, las fechas y el ansia por seguir. Una nueva penumbra donde reflejar los cuerpos limpios de ropa, donde los recuerdos, el tiempo, los besos, la conversación y los amigos, reposen bajo la luz de una nueva ventana. Bajo ese color berenjena del cielo metido en septiembre. Acepto: "Veremos, en fin, si asaltamos la banca y le hacemos un descosido a la razón, si insolados por la pasión, la soledad y la decencia ganamos el partido, aunque sea en el último minuto, de penalti y con la mera punta de la pinche verga, güey."(Deudas y Letras. Spleen de Nueva York.)

He escuchado la voz del Loco de la Colina, la misma voz que mi abuelo me regaló –auricular en vena- hace unas cuantas miles de noches. Que importa el tiempo. Espero que Julio se siente pronto, fumando claro, dándole los frentes y el medio pecho al Loco y en un momento le pegue diez o quince pases, para que más. Las Ventas boca abajo. Y un editor saltando como un resorte del asiento para marcar un teléfono de Nuevayó. Provincia de Granada.

Levanto la vista del diván, las farolas iluminan a quemarropa el hielo del asfalto. El cielo está blanco como si de un momento a otro se fuera a desplomar la nieve, esa nieve que de solo imaginarla, me ha dejado en blanco y desarmado, esperando que en algún amanecer silente, cómplice único, me llame mi padre y podamos charlar un rato de lo nuestro.

16 enero, 2006

Camarón


Nos despedimos lloviendo como en una canción de los Stones, sonando por las dos alas abiertas del coche el Have I told you lately, de Van Morrison. Abrazados. Detrás de los focos de un coche que iluminan un camino de brea encharcada con parte de nuestros sueños.
He visto a un Dios detrás de unas gafas negras y un pelo aleonado. Hoy en la butaca de un cine, a ratos nos pareció que Oscar Jaenada no era Jaenada, sino El Camarón de la Isla.
El sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero.


P.D.- El perro se llamará Camarón.

15 enero, 2006

LaboresDeTienta

Tienta: 1. Prueba que se hace con la garrocha para apreciar la bravura de los becerros. La palabras seducen, a veces llevan carmín. Una imagen de una faena de tienta cualquiera. Engrasando el duende para el próximo Domingo de Resurrección en la Maestranza.

Es Morante, meciendo la embestida con tres dedos ingrávidos, el mentón hundido. El cuerpo olvidado.




EducaciónDelPaladar ( 2 )

14 enero, 2006

Paula

Vuelvo a mi habitación borracho de ver y oir a Rafael de Paula. Confirmado, vivimos tiempos decadentes, vacíos y "huérfanos de torería".


De Negro y Azabache.

13 enero, 2006

León con botas y sombrero

El León de Sabero se ajusta un sombrero cordobés y unas botas camperas, para caminar entre las orillas blogeras de los chicos del pozo.

12 enero, 2006

AromasDeChenel

Faena de Atrevido, el toro blanco de Osborne. Madrid. 1966.
"La torería vuelve con Antoñete a iluminar la lidia y pone término a la larga noche de los pegapases".
Joaquín Vidal. El Pais. San Isidro. Junio de 1981. Crónica que conservo.

Antonio Chenel Albadalelo. Antoñete. Natural de Madrid. Cerca y lejos de los 70. Figura del toreo. Antonio y su patio de Las Ventas, su casa, su hogar, su escenario de tarimas en vetas de albero. La niñez alrededor de un círculo perfecto, creciendo San Isidro a San Isidro, tocando los alamares a ídolos como Manolete. Chenel se crió con su cuñado Francisco Parejo, mayoral de la plaza de toros de Las Ventas. Parejo fue su padre y su hombre de confianza hasta su muerte. Tiempos de capotes de seda y cartillas de racionamiento, de gasógeno y boniatos podridos, de sombreros, trajes y corbata en los tendidos. Tendidos grises y marinos, ruedos inundados de color, de misterio, de la Belle Epoque del toreo.
Antoñete tiene una baraja de póker por corazón y una escalera de corazones en cada muñeca. Antonio cantaba fandangos de toreo clásico. Era la majestad, la elegancia, la hondura y la distancia. El toreo eterno. Antonio daba treinta metros a los toros. Se colocaba de frente y la muleta lo más adelantada posible, rozando las campanillas del arte y los ángeles flamencos de la emoción. Los segundos muletazos a menudo con la muleta retrasada, se convertían en enteros. Temple, temple y más temple. Y su gran obra: la media verónica de raíz Belmontina. Su media verónica era Triana pasada por el tamiz castizo y cheli del Foro. Y ese ir y venir de la cara del toro con la muleta arrastras y el pecho enfisematoso por delante. Los huesos rotos, partidos por toros y mujeres de una pieza.
Vestía con colores claros, lilas, verdes, rosas palo. Esperaba a los toros a veces fuera del burladero con el gesto del misterio enmarcado en los límites de la montera. Atracó la banca, lo perdió todo, lo volvió a ganar, vistió de luces los tapetes de mil Chicotes y volvió a perder. Pero tenía la moneda para cambiar toreo del bueno por billetes de gloria. Lo de este torero era sacramental. Pocos han reparado en el valor y en su quietud, si quizá en su sentido de la distancia y de los terrenos. Llenaba el ruedo, lo iluminaba con el mechón blanco: rayo de distinción. Atrevido, el toro de Osborne: amigo ensabanado, que le sacó de la purí del precipicio negro del torero que se queda a mitad de camino. Era mi ídolo de niño y lo sigue siendo. Mi padre me regaló un manojo de tardes de runrún único y distinto en Las Ventas. Tardes en las que al culminar la bajada de la calle Alcalá, se aparecía la monumental: serena, grande, reluciente, reina de todos los cosos. Se veía un desfilar de gentes abarrotando las aceras, las bocas del metro. Tardes donde alrededor del busto de Fleming todo sonaba distinto, un aura especial que corona las grandes tardes. Recuerdos: el toro escarba y recula. Otra tanda de naturales con el medio pecho por delante y la muleta mecida y limpia. Cambia de mano y abre el compás de los derechazos, y luego el regusto de los recortes, de las trincheras a dos manos, del desmayo del remate dejando la muleta muerta debajo del belfo y saliendo airoso sin mirar al toro, seguro que había quedado allí, fijo y dominado. Estábamos soñando el toreo sentido y desgranado con pasmosa naturalidad. Y el REDONDO dibujado con sutil trazo y embebiendo con empaque las embestidas, cuyo sabor torero llegaba a embriagar. Y los doblones,


En el patio de cuadrillas Chenel se colocaba siempre en el mismo rincón, liaba cigarrillos de miedo y responsabilidad. Le conocí en un hotel de Zamora un mediodía. El estaba solo, en mitad de un salón. Frente a una televisión que retransmitía la final del torneo de tenis de Roma. Una espuerta de cigarrillos acribillados y un paquete de rubio en números rojos. Era otro hombre, no era el hombre que se transformaba en el ruedo en César del toreo. Su mirada siempre fue nostálgica, triste; como recién salida de una timba en quiebra. Era más bien un hombre débil, delgado y viejo. Conocimos bien a su mozo de espadas: Federico Canalejas, a quién el cáncer le arrancó media cara. Fede, era guasón, cuando alguien iba con una copla de letanías a preguntarle de toros y el andóbal no le convencía -cosa común-, decía muy serio: “es que mire usté, yo de toros no se , he venido hoy y otro día que me llevaron en Madrid”.
A veces por la noche me paso películas de faenas grandes, como la del toro de Garzón: Cantinero. Le doy al pause y atrás y adelante, hasta que Chenel descumple 20 años por naturales en mitad del ruedo del salón.

09 enero, 2006

Harlem

Harlem es un barrio de Jazz en la calle San Antonio de Padua. Allí me siento en casa. He pasado mediodías, tardes, dudas y amaneceres cerca de la barra. Hoy me hiela la mañana una llamada que me invita al funeral de Antonio, amigo nuestro. Algo no casaba. Una revolera de confusiones y la vista de Itziar, me hace buscar en la agenda del móvil, el nombre de antonioharlem. Entre la lista de los vivos. Su voz sale al otro lado de la línea: grave, entera y triste. Viva. Me cuenta que en esta puta mañana gris a él no le tocaba, era la hora de Charly, el chaval callado que soñaba con volver a ver a Van Morrison. Le ha estallado el corazón, mientras conducía.

AsturesyTartesos


Yo estudié Historia del Derecho, con un majadero húngaro que fardaba de sangre real, azul como su chepa de lana azul marino. En un examen oral me solicitó que le hablara veinte minutos de Astures y Tartesos, después la fecha del Tratado de Tordesillas y puerta la becerra.

Mañana esta casa de locos queda para mí. El ejército aliado vuelve al cole y yo tengo número para comenzar el spleen Inem. En primera fila para ver de cerca el lunes al sol de enero, sin mar de por medio. Por las venas me corre pólvora y en mi cabeza se me aparece Tony Soprano, después de vernos tres episodios en ráfaga de metralleta para el tedio y las tardes de invierno en domingo. Los vemos juntos, salivando buen cine, soñando detrás de la línea de horizonte que marcan los hercios. En el sofá, que este fin de semana ha naufragado dos veces, bandeja por la borda. Después y gracias al zapping, me paladeo un documental sobre la Ruta de la Plata: parte asturiana. Cambio la bruma y la neblina por el verde y los valles, que se alejan y se acercan, que bajan y suben hasta conformar un paisaje de olas en verdísima espuma de prado. Mieres y las minas de carbón que mutaban en cal. Los poblados mineros diseñados jerárquicamente: las viviendas de los jacobinos y las casonas de los ingenieros. Las escuelas y zonas comunes. Los hospitales que aplicaban salud a golpe de barracones. El puente romano de Campomanes. La vía romana de la carisapublio carisio- de la época de Augusto, que no es mi preferido. Parada y fonda en la Pola de Lena, villa tatuada en el latido de corazón de Bolín. Fonda en la casa de Vital Aza y parada en la belleza de la iglesia de Santa Cristina de Lena, prerrománico asturiano, donde se acuartelaron un grupo de mineros revolucionarios, hasta que los chicos de Franco Bahamonde solucionaron el incidente a manadas de hostias con tricornio y disparos. Disparos que dajaron tuertas algunas de las piedras de este emblema. Cerramos el fin de semana en la Pola hacía Pajares, hacía territorio de Astures y Tartesos, después de pasar justo ayer –casualidades- por territorio Astur en Fort Apache, donde un tarteso me pasó un naipe en blanco y negro, fotografía que llevaba serigrafiada la ley de Mendel, 50 años atrás; los mismos ojos de luna cuajada, el mismo gesto pizpireta de la nena que ayer se vendaba con tiritas la infancia y el recuerdo de una resaca de Reyes. Marcas, para reconocerse a la mañana siguiente y saber que la dicha existe, que no es un camelo. Que hay Reyes y padres que le acunan y le besan. Que hay alguien, -de a sus ojos espalda infinita-, que regresa de no se sabe donde, para arrebujarla entre sus brazos.

07 enero, 2006

Premios

Un título que seduce, Llámame Brooklyn.

06 enero, 2006

Zapatos bajo la Luna

No está mal la noche de reyes para colocar los zapatos junto a la luna y dar las gracias a quienes siguen esta aguja de bitácora.

La mañana y la tarde me traen ecos del pozo desangelado, miedos, anuncios de finiquitos, compañías perdidas. El Niño de Zaratán me convoca a una sauna y jacuzzi gay. La conversación nos enreda, nos despista y acabamos subiendo la loma y calzándonos un chocolate con churros para escupir el frío, como dos obispos con tres parroquias. El niño se ha recortado el rizo, pero sigue con su mirada miope y cariñosa sobre la vida, sobre mí. Nos despedimos, la chica prudente le esperaba en el nido que queda justo al salir del túnel.

Me echo a los lomos las últimas gotas, aceite para la bitácora, del orujo que preparé gracias al León de Sabero. Orujo verde oliva y oro. Echo de menos al León, ya no tengo con quién hablar de balonmano, con quién compartir las ondas de la radio, con quién compartir dentífrico y jabón y horas y minutos de excell. Recuerdo cuando compartimos pinganillo para escuchar a la limón el nombre del nuevo Papa Mazinguer. Le aprecio de verdad, a este León de la mina.

Abrillanto los zapatos y les doy lustre de esperanza, para que nos traiga Melchor un billete al exilio. Me temo que es consejo certero del Obrero del Blog. Como Jaime, que llena a paladas de ilusión maletas para cruzar Europa y llegar a comerse el mundo a un rincón cerca de Oslo. Jaime llegará lejos. No ya porque su corazón late en poesía, sino porque tiene una cabeza bien amueblada y los codos pulidos con madera de boj. Le conocí de niño, cuando sólo bebía leche y leche embadurnándose los morros de blanco nuclear. Leche y leche para sus músculos que saciados fueron dejando caer gotas y gotas de manjar blanco, hasta blanquear el corazón. Ojalá tenga suerte y se sienta abrigado por el frío noruego y equilibrado por la Norwegian Wood.

Me retiro al sofá, en Digital plus pasan un documental especial sobre Salvador Allende. Solo la imagen de este hombre me atrae. Con esas gafas negras de pasta rectilínea y gruesa, parece Spencer Tracy. Pena de hombre, de médico, de fundador del Partido Socialista, de moralista. Admirador de Mao, del Che y de la paz. Pena de pensamiento libertario. Pena de República. Pena de hombres, mujeres y niños que murieron acribillados por los sables de locos militares. “No daré un paso atrás, sólo desharé La Moneda cuando cumpla el mandato entregado por el pueblo, solo acribillado a balazos…”. Allende fue enterrado en Villa de mar, en una tumba que no llevaba su nombre.

Me acuesto, no sin antes santiguarme en misa de Pavese. Y cierro los ojos para buscar hueco entre las sábanas al sueño emocionado, tras leer su

Homo Drulus.

P.D.- Para el Obrero: encontré "Un ataud de terciopelo...para un mito de papel". 1ª Edición.1980. La hostia.

04 enero, 2006

Castilla



Nadie como Cuadrado Lomas, ha trazado el alma de Castilla.
Nosotros también existimos. Castilla también existe y existió. Disfruto leyendo la Historia de España publicada por la editorial Ambito. Un lujo leer esta historia escrita por catedráticos como Julio Valdeón Baruque, medievalista, historiador y Premio Nacional de Historia. Su parte escrita en la monografía: Isabel la Católica, reina de Castilla, es una delicia. Gracias SánchezBolín. Si es que tenemos lo que nos merecemos. Si Francia tuviera un Chateubriand así, ya le hubiera tatuado el pecho con legiones de honor. Es bueno recordar que el mismo Antonio Ordóñez recibió antes que nada la Legión de Honor francesa. Así son las cosas. Así nos luce el pelo por Castilla. Así nos comen la merienda. Es mejor partirnos la boca discutiendo si Fernando Alonso es digno merecedor del Príncipe de Asturias, mientras profesores así viven en silencio entregados al trabajo. Será que ahora sólo prima lo estrictamente comercial, lo económico que se disfraza de bandera. Por eso quizá estos tiempos de operaciones triunfos en la historia, tiempos de confusión política y terminológica. Días donde los manuales de derecho político se queman en la hoguera. Estos tiempos de píosmoas que andan reinventando la historia. No trago.

Galileo

Son más de las dos. Apuro el culillo de una botella de Valbuena a la que no dimos la puntilla. Regresé otra vez río abajo, llevo más millas que El Catarro. He vuelto cargado de regalos para las ilusiones adultas del día de Reyes. Las siamesas duermen hace rato, resistimos el sueño el adolescente y mi menda. Mi Leopardín ha venido a saludarme al percatarse del claqué y de que tengo sentado al piano a Tete, que últimamente hace horas extra para mí. Me ha mirado fijamente, ha visto un bombón encima del escritorio. Paciente y lista se ha quedado debajo por si me da por abrir el envoltorio y compartir. El sueño le ha fundido.
Las cábalas de los regalos están rematadas. Queda sólo el cumpleaños de Iñigo. Al pobre se le junta el hambre con las ganas de comer. La doctora que da besos a cuenta gotas, le regaló una agenda con GPS, suponemos que para que no se pierda, para que sepa que el amor le queda justo en Manuel de Falla. Yo prefiero la falta de certeza, no saber a veces a donde voy. Iñigo trabaja en un banco. Es miope, grande y bueno y no le gusta pisar el embarrado ruedo donde la gente se hiere. Se deja las pestañas a diario para que los Botines de turno abrillanten sus lingotes en las Islas Caimán. Sube y baja a diario el Manzanal y la carretera serpenteante que llega al frío siberiano de Tremor. Sube en busca del porvenir, llueva, nieve o luzca el sol. Es tranquilo, si una bomba cae a su lado preguntará al de al lado qué hostias ocurre. Nos vemos a menudo. Nos gusta. Hemos hecho un territorio de afectos consentidos. Siempre hay una excusa, un cocido maragato, un cumpleaños, unas castañas, el Bierzo, las Cíes, un viaje o el bendito membrillo de la abuela de la doctora, Dios salve a la abuela. No he vuelto a verle desde el GPS. Curioso aparato. Le eché un vistazo,
dispone de una opción denominada "Casa" para regresar a tu hogar. Y puedes elegir la voz que tú quieras, para que te asegure que has llegado a tu destino. Es ideal para gente perdida, para quienes no saben bien cuál es su lugar en el mundo. O para quienes duden entre cuál es su verdadero hogar, el de su amante o el de su esposa. Creo que el sistema es capaz de llevarte hasta el lugar que elijas, con un margen de error mínimo. Otra cosa es que te sientas perdido al llegar al lugar donde te diriges, o que te sientas defraudado y perdido llegando al lugar que deseabas. Yo le propondría que me llevara a la calle Goya, donde vivía con mis padres de pequeño. O mejor a la calle de la Luna, para ver salir de casa a mi abuelo hecho a medida, limpio y caballero, con su traje impecable, con un periódico o un libro atrapado entre sus largas manos. Con los zapatos recién lustrados. Con la vida y el cuerpo cosido a puntadas de renuncias y esperanzas. En fin. No sé el Galileo que viene, pero las máquinas aún no han atisbado la primera esquina de nuestros sueños.
P.D.- Se fuma en el Gijón y en el despacho de Víctor. Siempre queda un París. Esto es de locos.

03 enero, 2006

MercadosyManjares

Me entrego a los mercados. Los de toda la vida, los que en medio paso cruzas de la casquería, a la marisquería y a una zancada una frutería y una cantina. Sin escaleras mecánicas encuentras floristerías y un despacho de aceituneros. Ni rastro de la secta de ingleses insípidos con traje y mujeres con faldas azules abotonadas debajo justo de sus tetas. En los pasillos transitan viejas con la pensión agonizante, prejubilados con las manos anudadas atrás y sin nada que hacer con prisa en los próximos 20 años. Mamás recién estrenadas que pasean sus retoños enfundados en mil prendas. Y todo es colorido y dinamismo. Y el olor sin perfume que tiene los alimentos naturales.

Compro tres partes de kilo de almejas marinera, que se abren y se cierran tímidamente en la bandeja. En casa espera una cazuela de barro empapada con aceite de oliva. Cuando llegue partiré pimiento rojo o verde y media cebolla. Lo pocharé tranquilamente. Zambulliré en la cazuela media docena de patatas partidas. Se rehogará, mientras hago un machaqueo de ajo, perejil y un chorro de vino blanco de Serrada. Unimos el ajo, el perejil y el vino blanco. Luego el caldo que resulta de la cocción de las almejas inundará las patatas. Sazonamos. Mezclamos las almejas y a cocer a fuego medio. Manjar. Descorchamos una botella de Albariño.

02 enero, 2006

Río Abajo

Pasado el umbral de la madrugada. Me siento en el diván de este piano en abecedario. Regreso río abajo otro día más, otro día menos. Parto mi sombra en dos, una conduce la barca hasta casa y otra rema entre sábanas y sueño y olas del mar rojo del 31.
Venía escuchando Clarín de R.N.E. que dirige el traicionado Fernando Fernández Román, acuchillado por los Nerones del Ente. Compartí horas con olor a azahar y cariño mutuo con Fernando. Pocos conocen su verdadera cara en carne viva: el amor a la fiesta. Hoy ha convocado a los sacerdotes de la crítica. Ninguno merece el báculo, digna herencia de Corrochano o Díaz-Cañabate, como Javier Villán, a la sazón crítico taurino del diario El Mundo. Villán es pluma cara, elegante y curtida. Villán es un sabio del teatro, es un hombre del renacimiento educado entre sotanas, que lo mismo te recita todo el teatro clásico, que escribe un libro de memorias de los juegos infantiles de nuestra Castilla la Vieja. O arrodilla en el confesionario a Francisco Umbral. Una noche en Zaragoza, seguí su bastón hasta su habitación en un lujoso hotel, para charlar con el de su obra mayor: Sombra Iluminada. Un libro de culto y entrega al Curro de Madrid, al Curro que sin romero, verdeo la memoria taurina de unos cuantos sentimentales. Curro Vázquez. El torero que a veces se aparecía; porque hay toreros que torean, otros que pegan pases y otros que se aparecen. No hace mucho compré otro libro sobre Curro: “Pasa un torero, Curro Vázquez desde dentro”, por Rubén Amón: que escribe de toros como Dios.
Han disentido sobre la temporada que se viene. Me temo que la única y posible ilusión se llama Cayetano y un chaval que surgió de la sangre valiente y fría que aguantó la ocupación nazi del gueto de Varsovia: el francés de sangre polaca, ojos azules y piel blanquísima, Sebastián Castella, que ofrece safenas y femorales sin cambiar el gesto.

Después de estas palabras de invierno taurino, la noche se tumba fría y cerrada, cargando la luna la pólvora del amanecer. La primera noche nueva que estrena este año, ya acuna a los lobos que mañana se sentarán en mesas de despacho. Ya duermen con un puñal debajo de una almohada. Espero que no tropiecen con el León de Sabero, ni con ninguno de los nuestros.

Yo en cambio no dormiré de momento, me resisto al abismo del sueño. Me recuesto en los tiempos del filo de navaja. Me abrigaré con un manto de papel burbuja por estallar y así ir deshojando la margarita blanca de los próximos meses. Muerdo la esclavina de este deambular y cierro esta entrada con media verónica a pies juntos:
A estas horas de calles deshabitadas,
el teléfono busca ventanas encendidas,
sombras al doblar las esquinas del messenger en pleno invierno.
Me alegra ver que la noche sigue,
entre las líneas de esta aguja de bitácora,
entre los libros que toco con los codos,
en el acompañar de Bill Evans que toca un nocturno,
solo para mi,
en mitad del arrabal de la ciudad del trigo,
ayudándome a buscar pisadas en la nieve
que me enseñen con los ojos tapados,
el camino de regreso hasta la chica
que dejé remando entre el sueño y las sábanas.

Estadisticas blog