18 julio, 2016

Alma de Barrio


El toro lleva consigo un  látigo que hace un agujero en la noche desde el que se ve la carne del héroe. Trae el toro un lágrima en el cuerno. Abre el costado de julio. Interrumpe violentamente el verano. Deben saber como sube un torero desde la arena hasta la espera. Víctor Barrio es ya un héroe de luces. Quién hoy pone a disposición de una idea su vida (¿). Quién juega con la vida por el toque preciso, por el compás de la cintura y el vuelo ligero del capote; por la búsqueda de la distancia (¿). Quién hinca las rodillas a puertagayola (¿) . A quién le ponen hora y color y luces y una música y una muerte en el camino que burlar. Quien camina por trazar el redondo, por lucir al toro, por perfilarse adecuadamente y por cambiar la suerte a tiempo (¿). Pero quién éticamente sale hoy al lumínico mausoleo de la arena a crear aquella ensoñación de salón hasta la certeza. Nadie juega a vida o muerte. El torero atrapa el presente, empuña la fugacidad del tiempo, enfrenta la soledad del hombre con la muerte, recta y honestamente, como una misa diaria de verano, deja a los que le quieren en un duermevela de angustia a las cinco de la tarde. Se desprende de la materia. Abandona la habitación del hotel, cierra el agua de los grifos y la ropa colgada; las llamadas perdidas,, el dinero sin cambiar, los abrazos en espera; el mañana en modo avión. Para juntarse con el toro que sale de una puerta oscura galopando hacia la tela rosa de la incertidumbre. El arte de pararlo y  templarlo sin perder el fulgor de las pupilas. Es todo una iconografía mitológica. Una seda inexplicable. Porque el torero se depura de todo lo electrónicamente moderno, camina encima de los surcos de la arena y del tiempo, pero ya no está en este tiempo. Solo desea el maestro llegar a la convicción del sueño, a la creación del lance, de la pierna doblada y genuflexa que recoge la violencia animal del toro, mientras fuera del ruedo el sol, y su abrigo le esperan. O no. Y que es el triunfo: para ellos, algo parecido a caer heroicamente en la arena. El toreo es una anomalía del tiempo moderno tan penosamente virtual. Pero Víctor Barrio decidió vivir, en la latido de la espada y el lance, consecuentemente y en tiempo real y dislocado; vivir como los hombres que descubrieron el mundo y que quisieron levantar el velo de los dioses. El torero suele vivir al dictado de la pasión, y Víctor luchó en la incertidumbre del toreo y su comienzo como ese verso de Machado “sabe esperar, aguarda a que la marea fluya, así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete …”, peleó hasta con su estatura ya de mito altísimo, y ha traído mas metraje a la leyenda.  Lo demás. Casi todo lo demás no tiene una verdadera ni fácil explicación. Y lo demás de lo demás “además no importa”. La tauromaquia transcurre como el largo cauce del natural de Víctor Barrio: templadamente, bajo el amparo de la ley y la admiración de millones de ciudadanos que deben conjugar el verbo y descansar su convicción en el tendido. Víctor  Barrio encarna la dignidad del hombre en emprender el sueño de aprender a torear despacio, de conseguirlo, y de salvar al toro sin salvarse. A sabiendas de la muerte. En la tarde. Como un arpón. A los toreros, un abrazo épico. Que sigan toreando despacio por la memoria del torero caído.

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