22 septiembre, 2007

Papelillos


Dejo papelillos blancos en el albero de estos días. Como en esta buena fotografía de J.M. Concellón. Para que el viento los lleve también al tercio donde no sopla el aire. Por que hay un sitio bueno, un arte en la elección de un lugar donde encontrarse con el toro o con la vida. En la espalda de septiembre llevo sombras de islas que no pesan, siluetas de volcanes, rectas donde la brisa azota el coche y el mar es un azul en la memoria. Y si me pongo de puntillas puedo ver por la mirilla de octubre el blanco de la luna fría de diciembre. Mientras tanto, esta vuelta de septiembre tiene algo de ciudad que no ha entrado en calor. Desde el coche la espera de los semáforos en rojo es una pasarela de gente con ojos de sueño, la ropa sin brillo en busca de las horas laborales. Me bajaré en el próximo semáforo del pozo moqueta con el sabor todavía de un beso de hace una tarde y con el regusto de un par de lances ajustados al salir de la ducha. Es viernes. Mañana festival de nostalgia: Joselito, Fundi y Bote, porque veinte años no son nada. Será el sábado. Y no hay más islas a la vista que el peñón de Fort Apache.

11 septiembre, 2007

Bautismos

No sabemos despedirnos de las sombras que queremos, siempre te quedas con el frío de alguna palabra que no dijiste, que no te dio tiempo a decir. Como Jaime y todos andaban fríos a través de la luz blanca de una iglesia en domingo. Bautizamos a un ángel rubio, y un tipo decía parsimonioso que entraba ya en el reino de profetas, sacerdotes y reyes. Yo no sé si estos tiempos están para que al doblar las oscuras esquinas de la vida te salve algún profeta. Se que el pequeño Juanito ya tiene un ángel de la guarda. Y que ya le ha coronado por lo menos príncipe de la fuente dorada y duque para siempre de Padova, por ejemplo. Y que le empujará por el tobogán caliente y fetén de la vida y le enjuagará algún trago chungo de la vida con la mejor ginebra. Seguro, de purísima y oro.

09 septiembre, 2007

Extravagario (II)

I. Llego a un dormitorio que linda con Las Ventas. Madrugada de agosto por Madrid, cuesta abajo los escaparates en penumbra, la espalda del Cock como un refugio de piratas de la noche, el techo de la puerta grande como un mapa de madera que guarda silencio. Apagados los combinados de De Diego. Madrid con un disfraz de noche, la brisa blanca de los taxis, las farolas que dan frío y agosto y la risa de Leo que ensancha la madrugada. Y muere Umbral, Mortal y rosa. Y los periódicos son una mermelada densa y la columna de Raúl del Pozo salta hacía la gloria de la contraportada. Empapa el agua secreta de la escritura de Raúl mientras buscamos un avión que casi perdemos, mientras pienso que Julio dará una pedrada en la misma luna de los placeres y los días.


II. La isla más húmeda, arroyos, torrentes. Una montaña fiera en mitad del océano. El cielo más transparente, el volcán más joven y un escarpe sin rectas, exuberante, enorme. Hay playas de arena negra, volcanes si llegas y una escalinata que llega hasta un cielo de plata. No hay tiempo, ni periódicos que den una puntada al mundo real. Hay un firmamento poderoso, un brillo estrellado que se escucha como un beso, un mar que rompe fuerte y una calma que se palma. Hay balcones desde donde caminan las nubes, senderos con hadas, charcos azules. Al cruzar el largo túnel conquistas un murmullo de luz y cielo azul, y subes y bajas y giras y giras más, como un bucle que sube hasta encontrar la niebla que borra los límites de este mundo, que sube a millares de metros hasta un lugar donde de noche, a bocajarro del cielo, se abren párpados blancos.


III. Baja un avión a una ciudad que ya no es de agosto, una chica duerme con los pies descalzos sobre el asiento, la sombra de las alas deja huellas en la tierra parda de Madrid. Tomás cae en Linares, el día que murió Manolete. El mismo hule. De purísima y oro. Y si miras más al norte de estos días ves un faro más olvidado que también recuerda a otro torero caído: Yiyo, torero grande, largo. Elegancia y hondura. Pureza también. La leyenda que pudo existir, brilla un instante y luego deja sus sombras marcadas para siempre.

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