20 enero, 2007

Volar

Ayer se agachó en un reclinatorio pagano un príncipe gitano, vestido así como Rafael de Paula: negro, azabache, rizos eléctricos de Camarón, terciopelo todo para no desentonar con la textura de una mirada buena, que se te fija, colgada unos segundos diciéndote desmayada : bueno tío, yo te doy lo que tengo. Flotaba en un bar pequeño la voz de Sinatra y la sombra negra de Julio, emplazada a veces en el burladero de la barra, con una muleta de cristal y hielo y alcohol de quemar, flotaban como dos luces brillantes en lo oscuro las dos gotas de océano de otras veces, bailaba un tipo sin perder la compostura, vestido impoluto, citando esta vez para volar después de la madrugada: tomar el camino de la luna escondida, poner en altura , entre nubes y luz limpia, subir hasta el cielo y abandonar una estela, un bucle que suspenda más allá del suelo las horas felices.

14 enero, 2007

Palomas Eléctricas



Hay Palomas Eléctricas en el pozo moqueta. Estos días sin tregua cojo el olivo de la cama, el sobre nórdico ahora rojo pasión me tapa hasta la línea misma de la montera. El único placer de estos días es llegar de madrugada y cuando mis pies no han llegado al fondo húmedo de las sábanas, abrir Palomas Eléctricas, otra vez, a la luz de una lámpara de ikea. Desde el principio. Volver a un libro leído puede ser tan peligroso como volver a inventariar las caricias de un amor pasado. Conocí a Julio y me vino la imagen de aquel diálogo entre Paco Rabal y Emma Penella en Juncal: hay algo grande en tu mirada Juncal… Hay algo grande en la mirada de Julio y algo muy grande en su manera de escribir: una literatura eléctrica también, un tobogán de Sábado a Sábado, hay algo lorquiano en su manera de escribir: los sentimientos, los anhelos o realidades de unos cuantos chicos que sitian la adolescencia y la vida en la plaza mayor de Valladolid, están cosidos con los hilos de un verso, son fogonazos de poesía cara. Deslizarse a tumba abierta por la nieve tatuada en negro de sus páginas, llegar hasta los diminutos puntos redondos y morderlos como una trufa. Llegar al final de cada día y dejar que una cereza carnosa y dulce y negra se deshaga entre neuronas. No es fácil definir una generación y mucho menos hacer sonar en tu cabeza, como un violín afinado, la melodía del sexo, del amor o de la desesperanza. Tampoco es fácil llevar a la tarima de la literatura, el adulterio que de madrugada se firma con el whisky, ni el agujero negro y vertiginoso, el viento frío y fuerte que sopla de madrugada, que no te deja dar un paso al frente, que no deja regresar. Vive Julio en la cresta de la ola, alejado de la asfixia provinciana, vistiendo la prensa parroquial de purísima y oro, en la Nueva York, puta, babilónica y mestiza.


06 enero, 2007

Días de Suerte

Lo bueno es que te coja un toro y no te hiera, que te lleve de pitón a pitón como un pelele pero sin reventarte. Me besa la música en mitad de la boca. Perdí la cara del toro y una voltereta seca y a plomo ha dejado mi cabeza sonada. Fui con el hombre tranquilo a bautizar un mini restaurado de los sesenta. Fui con el hombre tranquilo como es costumbre ya, hasta la barra de un bar sin ventanales: un pasillo hermético y encerado de carros cargados, un cafe que escalda el paladar y jolgorio, gente con prisa y chicas patinando. Tomo nota que decía Juncal, del coraje del hombre tranquilo, del eco de sus carcajadas y de su mirada limpia. Busco sosiego estos días para mi cartera y mi cuello; y regalo una foto del principio, de cuando era becerrista: una mirada larga hacia la vida y hacia tí, que llega enmarcada hasta hoy, hasta el próximo abrazo contigo.

03 enero, 2007

Pozo Moqueta

Sánchez Bolin viajó en la era del Pozo Cablero hasta los mares de Valencia, lejos de Los Mares del Sur. Navegó creo recordar por un manso pozo moqueta. Yo regreso hoy del pozo moqueta –no hay mejor definición- y hasta las suelas de mis zapatos me piden una tregua. Los pasos en el pozo moqueta y perfumado, no suenan. Son pasos flotantes de leguleyos tranquilos. Busco como Camarón con el hocico en la moqueta, el rastro brillante, nutriente y distinto: como áquel rastro del pozo cablero, rastro de música, de literatura, de gente con la agenda conectada con vida, de carcajadas de sobremesa, orujo y tumbadito de nata. Vuelvo cansado, retumban los ecos del habeas data, chorreando consejos por los bolsillos, agotado por el señor Francois Pignon (la cena de los idiotas). No voy a decir que cojo la cama como Castella, que allá en Lima, camino de los mares del sur, ha tomado la cama de la UVI con costillas rotas y astilladas por un toro abrochado. Las costillas de Sebastián Castella son murallas de marfil que guardan un corazón que late valor y quietud y ganas de ser el primero, con sangre, con temple y con la vida en el tapete. Con ese aire gélido que tiene la mirada de algunos toreros a los que no les importaría morir demasiado pronto.


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