31 marzo, 2007

Signatura

Acabó el viernes completamente sábado, con un eco tormentoso, una lluvia de agua limpia y azar. Fuimos a un colegio, un colegio en penumbra, treinta y nueve o cien escalones hasta un lucernario apagado, una sala que tenía por el misterio y lo oscuro, algo de cementerio de libros olvidados de La Sombra del Viento. Un tipo como un guardián iluminado por un flexo. Buscando dos libros que salven un juicio y una tarde de viernes, haciendo correr los estantes blancos como los vagones de un tren, sin luz pero con magia y con la llama del iPod que lo mismo ilumina los lomos de colores del derecho de familia, que hace sonar el eich habe genug o a Dylan o te busca la signatura de una sonrisa o del final de una tarde.

29 marzo, 2007

Fiebre

Vuelvo con una resaca torpe y febril, con la memoria manchada de ginebra, parado en un semáforo en rojo que no cambia de color, que parece una tarde sin sol. Dejo en un bar a dos soldados del pozo hablando entre bocanadas de tabaco negro. Veo una cuesta abajo y un cielo azul tempestad dividido por nubes de carbón y una estela fina, recta y blanca que sube hasta tocar la piel de globo azul, una estela que abre como una cremallera las costuras del cielo. Planeo y el coche me lleva hasta el estribo de la cama, que hoy es un fundón color purísima, una avenida con semáforos en verde y la música del Koln Concert que conduce hasta el azúcar de los sueños. Un sueño que gana el pulso a la esquina doblada de una página, un sueño al que mañana golpeará el hocico de Camarón, como llamando a las puertas del día con una mirada buena y dos lametones que hacen que despierte al olor del café recién hecho, del pan recién tostado, al sonido de las duchas y de un viernes que es casi -si tú quieres- completamente sábado.

26 marzo, 2007

Cayetano


El día que iba a compartir cartel con el torero patriota, vi cinco toretes desmochados y un perritoro cansado. Fui con la rama más rubia de la familia para ver de cerca a Cayetano. El sol hizo que la rubia se desescotara en el primer toro y para el tipo de al lado empezó un festejo entre el sol y una blusa blanca a punto de caramelo. Cayetano rompió el paseo tristón, vestido de verde esperanza y oro, un verde delator del fondo real de Cayetano, un verde por hacer por volar y tomar brillo. Un torero que en muchos momentos es un témpano de hielo con gotas heladas de temple y torería. Un verdor que hace difícil las grandes empresas lejos de los mares de Armani. Vi a Curro, el Curro de Madrid, la sombra iluminada de Villán y la sombra ahora de Cayetano lanzando consejos a las muñecas del torero. Vi vestido de grana sobrepasada a Leandro Marcos, un coral y oro en una planta de torero para envidiar. No fue casual que Marcos hiciera sonar la banda de música de la Maestranza hace un par de temporadas. Tiene este torero las femorales ya tocadas y un capote de manos bajas lleno de compostura y empaque, un capote que baila lento y cadencioso, una muleta planchada que es un antídoto contra la memoria de los pegapases, y una cintura que al natural gira como Antonio Gades. Vi todo eso y más y vi algunos amigos tuyos que me saludaron como si el tiempo no hubiera pasado, como si la vida siguiese igual.

18 marzo, 2007

Desde el Burladero


Puede que con esa misma mirada perdida que asoma por el burladero de Sevilla, mire los días que se vienen al galope de la semana sobre el albero gris de la moqueta. Puede que con esa misma mirada frene en la orilla de algún recuerdo y puede que busque tus huellas en las dunas de nuestras sonrisas. Ayer en la barra del sofá apuramos un dedo de Manolo empapado de Lagavulín, viendo caer una noche sin cristales helados, sin niebla, con el calor que da la sombra del hombre tranquilo desparramada por la alfombra. En Fort Apache calentaron la plancha con sal gruesa, una cama de brasas blancas para unos cuantos manjares y tres carabineros rojo pasión que llevaban el sabor de todos los peces en su cabeza, un caldo sabroso que compartimos a traición en la mesa de la cocina. La noche de ayer trajo un bol de frutas y manos que se abalanzaban para envolver los colores de la fruta en marrón chocolate, ardía un recipiente chino que al calor del alcohol de quemar mantenía caliente y terso el chocolate negro. La noche de hoy traerá el sueño y quizá el chocolate de alguna pesadilla y mañana veré un amanecer manchado de café y el sendero que baja hasta las galerías de carbón del pozo moqueta. Pero antes de la noche y del sueño y del chocolate, regresaré más o menos como regresa García Montero en La Intimidad de la Serpiente: aceleré hasta hundirme/ en la venganza de la noche/ mientras el lobo de las autopistas/ buscaba soledad y luna llena/ en los campos borrados,/ en los cruces sin nadie/ en la ciudad sin nadie/ borrada por la prisa.

17 marzo, 2007

Media Verónica y cuarto de José Tomás


Hasta Junio queda un mundo de soles y lunas llenas, soles como el de ayer. Un círculo perfecto de luz suspendido en la montera de un cerro, un atardecer lento que se apareció entre el camino de Wamba y dos libros de Exequátur. Verónica y cuarto de Curro Romero, canta Sabina. Hasta junio queda un mundo de medias verónicas, de mentiras que parezcan mentiras y verdades que no tengan complejos, una semana de farolillos sin Tomás y treinta tardes de un San Isidro descolocado. Esta media verónica de rosa y oro, en el albero de Sevilla, recta la figura, los pies de plomo, el mentón rasgado por el oro de la chaquetilla, una mano –la derecha- sostiene la seda del capote, el equilibrio del lance y la gravedad de La Maestranza sostenida por cuatro dedos. La otra mano -la izquierda- es un toque de guitarra, la mano que hace del capote un bumerang lento que hila la embestida del toro hasta la línea infinita de la cadera. Mientras, el pitón izquierdo hace un verso en la bamba del capote.

El silencio habitado


Pregunta.-La recuerdo aquí, sentada, ante esta misma mesa, el día en que se produjo el sepelio de Manuel Vázquez Montalbán.


Carmen Barcells. Ah, Manolo. Un ser especial. Cuántos recuerdos. Una persona que siempre estuvo al lado; en los momentos malos, en los buenos. Cuánto echo de menos a Manolo. Era seco, poco hablador. Un silencio habitadísimo. Esa premonición que tuvo de su muerte. Muchas cosas diría de él.

13 marzo, 2007

Desiertos

Al llegar el pozo es un desierto, una bofetada de calor seco y arenoso que tuesta las neuronas y las ganas, que hace de la semana una excursión al puto tedio. Escaparíamos con un butrón en la niebla de estas horas sin tiempo, escaparíamos al abordaje de cualquier taxi que nos llevara hasta el mar. Al salir, las horas pasadas son un reloj de Dalí deshecho y tu recuerdo un faro que insola. Al salir los pasos de cebra son líneas de nieve sobre la arena de un volcán y los amigos que llaman, el agua que me espera, la luz que resiste o la noche que gana el pulso, o la brisa que viene del río, son un beso dulce y largo en mitad de la frente pensativa.

11 marzo, 2007

El corazón tardío

En la inmensa región de los corazones conviven luces, fervores, negras sombras, estaciones frías o cálidas, montañas y selvas peligrosas, gozosos valles que nadie sino el dueño de cada corazón, si es que uno lo es siempre, puede ni remotamente comprender.
Ana María Matute. Prólogo, El Corazón Tardío.

El bar tranquilo

Busco hoy como entonces tu voz grave y tu tos de humo y adoquino la misma cuesta abajo que no canse tus bronquios. Volví al bar tranquilo con nuevo dueño e hilo músical, y un amigo me contó la historia de una mujer a la que una mañana se la llevaron las nubes con una carta oculta en su bolso, una mujer que enviaba sms a sietemil pies de altura, cada vez que atravesaba una nueva frontera de algodón; dos gotas de océano que son un recuerdo y un número que marcar como aquellos teléfonos de rueda en los que los números y a veces el corazón giraban como una noria. Más tarde, de noche, aprendo un cuento de hadas y que los delfines toman el nombre de los barcos que pasan.

04 marzo, 2007

Marsé

Pregunta. ¿Qué le haría feliz, Marsé?
"Me haría feliz tener la oportunidad de conversar otra vez con mi madre. Enamorarme locamente de un amor imposible. Pero muy locamente. Nada probable. Y que se hiciera una buena película de algún libro mío."
Juan Marsé.El Pais.

El día Revelado

Desperté con el día azul y despeinado. Desayuné y tres lágrimas impares me pedían un abrazo. Comimos en familia, es decir con amigos, comimos pasta y todo tenía un aire de domingo con un reloj estrenado que lucía Tony Soprano. Los niños contaban chistes y se colaban por debajo de la mesa. Apareció la sonrisa de Irene entre mis rodillas, la misma sonrisa que en nada descerrajará corazones. La lluvia asalta un día azul, suave como de primavera y me estropea tres kilómetros de carrera con música y yonki con la piscina cerrada bajo por la pradera verde manzana cuajada de una lluvia de flores blancas: hay esparcido un periódico, un libro y media cama sola. Me balancea la música de Madeleine Peiroux, una voz como de Billie Holiday, un jazz cadencioso y desganado que amuebla la tarde. Madeleine cantaba por garitos de París, hasta que de su primer disco vendió 200.000 copias. Después de unos cuantos conciertos desapareció como José Tomás sin dejar rastro y quizá como él tiñéndose el pelo de azul.
El sonido de los mensajes es una gota de agua que cae al vacío en el silencio de la noche. Como una gota de agua que resbala por el corazón. Leo los Doce Cuentos Peregrinos de García Márquez, el escritor de cabecera de Joselito, hasta que una tarde en los noventa compartieron cena después de que el torero fuera paseado en hombros hasta la calle de Alcalá, mezclada la silueta del vestido de luces con el tráfico de hojalata y gas de Madrid. En la cena y en su sobremesa el matador no escuchó poesía: sólo sobrevolaron billetes, dólares, joyas y bisutería de inversiones. Dinero. El torero defraudado por el ídolo que funde lingotes de oro con el cartón de la pasta dura.
Caída la tarde, paro en la estación de una fotografía en color. Una metamorfosis desde el baño de agua bendita del revelado y la luz roja, hasta el brillo digital; el momento en que poco a poco se aparece la imagen como un fantasma, tu silueta y la mía, mi sonrisa y tu abrazo partido en el callejón blanco de una plaza de toros vacía, salvados de la guillotina del olvido por la fotografía. Un manojo de pétalos y recuerdos en el papel húmedo que emborrachan mi sonrisa con una brisa intensa de Loewe.

02 marzo, 2007

José Tomás


Para Sánchez Bolín, torero patriota
Reaparece José Tomás para quizá alimentar su espíritu. Tomás torero patriota, vuelve para jurar bandera en Barcelona. Envuelto en un blasón rojo y gualda regresará por un rato. Llevará el toro hasta los medios del mar y se echará la muleta a la mano izquierda sin contemplaciones. Con esa compostura de corazón helado, citará al toro quieto sin saber si atenderá al toque y por naturales acabará con el chalaneo político de los que pretenden apuntillar la libertad. Vestido de PurísimaYOro, abrirá el sobre perfumado del toreo: el arte que no tiene más frontera que la propia sensibilidad. El toreo como sacramento según el génesis de Manolete y los remates en forma de mariposa, de Ordóñez, de Joselito y Belmonte. Dinamita para los mentideros taurinos, caramelos para endulzar el mal momento del toreo de hoy.
Tomás no se fue, sigue embadurnando la memoria, se van los toreros que se olvidan. No hay corte de coleta, porque se tatúa a las pupilas para siempre los naturales y muerto o vivo en otro mundo o en este, recordarás la emoción compartida, el eco de los olés de Madrid, la gloria del séptimo cielo. Se queda la leyenda, el mito tomista, aquel navegante que con un capote llegó hasta la tierra de fuego y gloria. Fue papel que vuela por las calles este rumor de cada temporada, hecho tenue realidad. Tomás hizo su obra y sigue viviendo en torero puro en todo lo que hace, su vuelta no abrirá los ruedos de albero como el mar de Moisés, ni repartirá pan y peces a una fiesta descolocada. Las células que matan están arañando por dentro, campando a sus anchas, dominando el hígado y el corazón de este cuento de hadas y Tomás y tres como él, solo darán vida y aire y cielos azules a esta tormenta durante un rato. Su vuelta en todo caso hará más actual su grandeza, florecerá el tardotomismo, hará latir mi corazón al galope y revisará la leyenda: esa solemnidad de irse hacia el toro, esa mirada trágica del instante, su toreo que acariciaba envuelto por un redondel perfecto. Echarse el capote a la espalda y dejar que un segundo sea un silencio sin tiempo. Como escribe hoy en ABC Zabala de la Serna, que bueno que volviste, viejo guerrero.

01 marzo, 2007

Huellas

Hay un muro de las lamentaciones en el pozo moqueta. Un muro gris donde registrar la vida que llevas, donde derramar el zumo de las carpetas color naranja. Un ojo de cristal sin pestañas, un tipo con gabardina que te controla y te guía por el buen camino. En una pizarra de hielo marcamos las muescas de un trámite que aburre, casillas donde caben siglas y números, pero donde no hay hueco para sellar las risas o los besos que damos. Vino Leo como de incógnito a recoger su dosis de cine y en la cara llevaba tres días sin sueño. Salí tarde y fui con dos soldados del pozo hasta un bar del que colgaba un campo de fútbol. Hablé con S. Bolín que hace castillos de arena en el desierto de Afganistán. Después desanudé los zapatos al llegar, los enceré como el arnés de la espada de un soldado del XVII: para escuchar al día siguiente el eco de mis pasos, en la moqueta, en un café, en la tarima de esta casa. Andar para al menos creer en el ruido de tus pasos.

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