31 agosto, 2006

Agosto

No sabíamos que Ralph Cifaretto llevara peluquín, ni que sus manos y su cabeza lisa acabaran en el fondo de un bolso de mano; no sabía que Tony supiera dirigir los dientes de una excavadora, ni que las deudas de este reloj de arena hubieran de financiarse hasta este mes de agosto amariconado sin casi sangre en los ruedos; no sabíamos que Lisboa fuera una ciudad tan hermosa, ni que bajara con suelos de mármol resquebrajado hasta el río. Todo sube y baja en Lisboa. Una luz de plata te guía hasta el río. Por un caudal de calles rasgadas por venas de acero, navega un tranvía viejo con rótulos de Coca-Cola. Un imán te hace llegar hasta Alfama y coger el tranvía 28, un laberinto de calles en sombra a pleno sol, donde anudarnos las manos a escondidas. La paz que respiras en el museo Gulbenkian, sentado en un banco sin respaldo y disfrutando del jardín que enmarcan sus ventanales. La hermosura de Campo Pequeño: su puerta grande brilla de noche como el carmín; una plaza enfocada al siglo XXI –donde las pezuñas del toro corretean sobre el techo de un cine-. Campo Pequeño es un lugar demasiado hermoso para enterrar el estoque hasta los gavilanes. En Alfama según caminas sopla una corriente de aire dulce, que lleva el fado, la música y las conversaciones que salen de las puertas recién pintadas, una corriente que nos llevamos para saber volver al son de Marizza. Volver de momento lo hicimos a la casa que dejamos cerrada, para encontrar las plantas que no se han secado, las huellas que no dejaron los ladrones, el libro de Julio guardando la entrada, las cartas que apiladas nos dan pistas sobre nosotros mismos, sobre lo que se va con nosotros y lo que no conseguimos dejar por el camino. Por el camino se apeó Julián Campo, Antoñetista primigenio. Un hombre bueno como Julián no podía seguir a otro torero; después de la Belle Epoque de Chenel continuó por la línea que marca la pureza, para seguir la muleta de la Madre Teresa de Calcuta, lejos. En la India. A veces los amigos recogían a Julián en el aeropuerto, a veces le creían enfermo, desnutrido, cansado. Pero no, sorteó la cornada que dibuja la miseria en la mirada, para dejar sonar el último clarín en una estación de un pueblo de Castilla. Descarrilada la vida mientras viajaba en un tren de la RENFE cruzando España.

22 agosto, 2006

La ausencia

Joaquín. Mi intención es hablar de este hombre al que yo venero, y hacerlo en un periódico de gran difusión en el que no todos sus lectores son taurinos. Querido Tomás, ¿eres consciente del insoportable brillo de tu ausencia? Hay gente que desprecia lo taurino, pero nadie ignora que hubo un tipo llamado José Tomás que brilla ahora por su ausencia. ¿Eres consciente de eso? ¿Cómo lo llevas?
José Tomás. Soy consciente. Pero las ausencias que más duelen no son las elegidas, como la mía.
Joaquín. ¿Tú decidiste conscientemente irte?
José Tomás. Sí, por eso duele menos. Este mes de mayo último ha sido duro; perdí a un amigo. Esa ausencia sí que la siento, y mucho.
Joaquín. Y ni siquiera brilla, sólo duele.
José Tomás. La mía es una ausencia elegida, se puede restaurar.
Joaquín. ¿Quieres decir que volverás?
José Tomás. No, no lo quiero decir. Pero sí que lo podría hacer. En cualquier momento. La ausencia que más duele es la que no se elige y la que no se puede volver a sustituir.
Joaquín. Corren muchas leyendas sobre ti. Por ejemplo, dejas de torear y te dejas barba, porque un torero con barba no puede ser. De hecho, yo ayer me afeité la barba para que estuviéramos un torero con barba y un cantante sin barba, y me ha salido fatal. Corre la leyenda de que te hiciste hippy, y que te fuiste a Estepona, a jugar al fútbol en un equipo de Tercera División.
José Tomás. Hay leyendas que son ciertas y otras que son leyendas. En mi caso, la barba me la dejaba en los inviernos.
Joaquín. Pero no has tenido los huevos de hacer el paseíllo con barba. La liturgia es la liturgia.
José Tomás. Eso no es cuestión de huevos; la barba me la he dejado en invierno, y he toreado con barba, en el campo. Y lo del fútbol es cierto, he jugado en un equipo de Estepona. El Macarena. Por un bar en el que voy a tomarme una cervecita de vez en cuando, tranquilamente, con mis amigos.
Joaquín. Tu abuelo y el fútbol. Cuéntame la historia.
José Tomas. Mi abuelo es muy importante en mi vida. Todos los días me llevaba a Las Ventas, cuando era un crío de diez u once años. A San Isidro. He visto muchas faenas. Me gustaba el fútbol, del Atleti de toda la vida. Y él quería que fuese torero.
Joaquín. Te destrozaba los balones si te veía jugar al fútbol. Para que fueras torero.
José Tomás. Puso la fe y la ilusión para que su nieto fuera torero. Fue realidad su sueño.
Joaquín. Te ponías donde nadie se ponía. Y te fuiste. Hay gente que dice que no se torea igual comiéndose los mocos que con mucho dinero.
José Tomás. En mi caso no tiene que ver con el dinero. Nunca se puede poner uno delante de un toro por dinero. Porque no hay nada que pueda pagar la vida de un ser humano.
Joaquín. ¿Qué le dirías a la sociedad protectora de animales, a los canarios [que no autorizan los toros], a Esquerra Republicana..., a los que dicen que es espectáculo bárbaro?
José Tomás. No comprendo que se recurra al insulto para defender lo que ellos defienden.
Joaquín. ¿Cómo defiendes la muerte del animal?
José Tomás. Poner un animal a la altura o por encima de una persona como ser humano no lo puedo comprender.
Joaquín. ¿Un buen argumento?
José Tomás. Tampoco soy la persona más indicada. Pero uno bueno es que me fueran a ver a torear en Barcelona.
Joaquín. ¡Olé! "Iros a ver a José Tomás y dejaros de mariconadas".
José Tomás. A Barcelona.
Joaquín. Donde yo te vi. ¿Qué hay en ese terreno? Nadie sabe muy bien cómo eres, nadie te conoce. No has pisado mierda, no concedes entrevistas.
José Tomás. Sabes qué hay en eso.
Joaquín. ¿Qué hay?
José Tomás.

De purísima y oro... Yo creo que uno debería vestirse, no ya en el toreo, sino en la vida, de purísima y oro...

Joaquín.

De purísima y oro es una canción que hice pensando en ti, para Manolete. Una historia preciosa. El 28 de agosto, el mismo día que mató un toro a Manolete en Linares, tenías que torear, y te pusiste de purísima y oro, como la canción... Tienes en un altar a Manolete...
José Tomás. Es un ejemplo. Me fascina el misterio, la naturalidad, la hombría con la que afrontó lo que tenía que afrontar.
Joaquín. Dejaste ir toros vivos. ¿Qué pasa cuando uno dice "a este toro no lo mato"?
José Tomás. No sé. Me pasó primero en México. Fatal, al principio eso se vive fatal. Es como el deber no cumplido.
Joaquín. Antes los toreros llevaban casetes de Concha Piquer. Tu generación empieza a escuchar otras cosas.
José Tomás. La primera vez que te escuché fue en México. Un ganadero mexicano te escuchaba constantemente. Y nos dieron las diez. La siguiente canción que me cautivó fue Sin embargo. Esa música me ha ayudado terriblemente. Tu música ha sido como la oración a la que encomendarme.
Joaquín. No me digas eso.
José Tomás. Me ha pasado estar en el burladero, con el capote, esperando, y pasárseme por la cabeza canciones tuyas.
Joaquín. ¡Calla, calla!
José Tomás. Eso me ha ayudado mucho a soportar el miedo.
Joaquín. El maestro Esplá dice que eres el último torero que ha visto que no tiene miedo.
José Tomás. Tengo miedo. Soy un ser humano y he pasado mucho miedo.
Joaquín. ¿Cómo llevas que se diga "Vuelve, José Tomás, haces falta"?
José Tomás. Me reconforta. Pero no me empuja. Lo que me presiona soy yo mismo. Últimamente, sobre todo siento que algo de mi espíritu pasa hambre.Esa hambre la tengo que alimentar ahora. Necesito ahora torear de salón todos los días.
Joaquín. ¿Lees?
José Tomás. Pues sí que leo. Últimamente he leído la historia de Ava Gardner, de Marcos Ordóñez; se titula Beberse la vida. Mucha, mucha historia del toreo.
Joaquín. ¿Y lees poesía?
José Tomás. La tuya.
Joaquín. ¿Qué es el miedo? ¿Cómo es esa siesta espantosa que echáis antes de la corrida?
José Tomás. Es espantosa, sí. Siesta no suelo dormir; los días de corrida salgo a pasear, y me tumbo luego en la cama. Pero no duermo.
Joaquín. ¿Te gusta que la gente vaya a verte vestirte?
José Tomás. No. Nadie.
Joaquín. José, ¿cuándo dices "no sólo voy a ser torero, sino que voy a ser Dios"?
José Tomás. Poco a poco. En México fue cuando dije que iba a dedicar mi vida a eso...
Joaquín. ¿Volverás? ¿Y te pondrás en el sitio donde te ponías?
José Tomás. Si no pensara que me iba a poner en el mismo sitio nunca volvería. Si vuelvo algún día es porque me voy a poner en el mismo sitio y voy a tratar de torear mejor que lo que hacía. Y ahora te pregunto yo: ¿qué piensas que puede ser la muerte?
Joaquín. Pasemos a la siguiente pregunta... Me aterroriza, no tanto la muerte, sino el deterioro físico... Cuando me dio el marichalazo..., no dolía, pero al tercer día quise ir a mear y entonces me tuvieron que bajar los calzoncillos, y eso a Luis Aragonés y a los de mi pueblo nos humilla muchísimo. Y yo dije: así no quiero vivir. Hasta ahí, no.
José Tomás. Olé.

Estadisticas blog