18 noviembre, 2011

Fuerza Padilla

Sabes. Recordamos el tiempo que conocimos bien a Juan José Padilla. No dejo de pensar en él desde que volví de La Habana. Es en su cicatriz prisionera en lo que pienso. Lleva Padilla la verdad del toreo surcada en la misma cara y en todo el mapa del cuerpo. La pintura negra de Goya. La mente intacta de torero macho. J.J. da una lección de amor y respeto al toro desde sus monteras monumentales. Fuerza Padilla, esa misma fuerza que araba los alberos hasta la puerta gayola: aquellas primeras puertasgayolas de San Sebastián, Bayona y demás conquistas norteñas, aquellos hoteles, aquellos tentaderos con nosotros; aquel vuelo rosa al viento de la puerta de chiqueros era un lance por ser alguien torero; este torero a veces tan heterodoxo: aunque Suso en su diván de psiquiatra me adivinó freudianamente como Padilla sabía meter los riñones y dejar la huella y la planta tan Antonio Ordóñez: como en el último San Isidro o antes en aquel festival de Guadarrama. La mirada de Padilla ennoblece éticamente al arte del toreo a pié y al hombre, nos deja boquiabiertos, y es esa gana de calzarse la seda del vestido de torear de nuevo es una declaración de amor al toro y de hombría. Ojalá salga luz de la luz heladora e invernal del quirófano. Y mirada. Y suerte y todo un camino nuevo hacia la puerta de los chiqueros. Padilla ya tiene la fuerza, y la magnitud recta del respeto y de la gloria de tantas puertas principescas por donde sale el toro, por cierto el toro.

09 noviembre, 2011

Ipse dixit

En el mismo mes que se va Chenel, Cris Moltisanti muere en la pantalla bebiendo una sangre por encima de la real. Es una pérdida. Christofer vivía por sus venas pero también intentaba avanzar por encima de la superficie del alcohol y las balas y la violencia y los tiros en mitad de la frente. Buscaba esa salida del olor de la rosa (Tony, ipse dixit). Cambiaba. Retrocedía. Nosotros también hemos cambiado en la época del antes y después del sopranismo desde que todo Tony se plantó en una tele de veintiuna pulgadas. Avanzamos también hacia el olor de la rosa, vaciando de balas nuestras manos, avanzando desde Camarón que no llegó a ver la muerte de Moltisanti, hasta H. que sigue la silueta de Tony con nosotros; desde las primeras playas de Oyambre, hasta el malecón de La Habana y su hermosura y mis habanos y la lluvia de los Cayos; desde la primera muleta que tuve hasta esta muleta de ahora, en cuyo vuelo y fleco, vive una noche de amigos al lado del mar tan de purísima y oro, un macho de oro y otro de plata, una torre medieval guardando todo aquello y un toricantano en su azotea toreando a los ojos del mar. Toda aquella noche y sus días de antes y después son un viento; y su recuerdo que los lleva como una lluvia, historia para vivir y avanzar. El efímero olor de la rosa.


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