30 mayo, 2012

El tiempo sobre Julio Aparicio

Hay una metafísica en el toreo, del SER torero en cuanto tal. Ese SER torero es lo que había debajo de la sentencia Belmontina: “se torea como se es”. Por eso el televisivo Cayetano desplegó un argumento plano y superficial, carente de argumento y talento en la entrevista del pasado lunes. Es curioso que su argumento suave e inofensivo es idéntico a su modo de torear, al trazo de su muleta. Matemática. Más de una hora para defender el toreo a base de sonrisas. Días después el resucitado J. Aparicio se corta la coleta tristemente en Madrid. Julio sufrió una cornada tan cerca de la mente que no puede olvidarse. Julio sufre un desorden y puede que el miedo gobierne sus muñecas y el baile de sus pies, que haya amordazado su duende tan embrujado, su alquimia del redondo y su capote apaulado. Los toreros se resisten al fracaso, se agarran a un olivo ardiendo, por permanecer en el imán de las luces. No debe olvidarse que Julio enamoró Las Ventas y como Gil de Biedma, (obra poética corta), pasó a la historia del toreo en aquel arrebato de la distancia y el embrujo que Jaime se aplica algunas noches con una docena de redondos y media de naturles, tres doblones por abajo, una trinchera y la espada. Teorizó Julio aquel día sobre la colocación: aquella perfección de la unión del cuerpo y la muleta colocada, en el trance de la colocación del segundo redondo o natural. Un toreo como volado, sangrante de arte. Diferente. Fue aquella una faena cuajada de embrujo. Dice la leyenda que Julio toreó embrujado aquel día. Embrujado o no: torear como Julio toreó aquel día es solo cosa de los Dioses; ahora Dios crucificado de rosa y azabache en la misma arena por creer que su reino, su moneda de arte y su valor no tendría fin. Pero ha pasado el tiempo. El mismo tiempo que no pasa para Frascuelo que hoy bajo este cielo de primavera que te echa tanto de menos, vuelve a debutar en Madrid, bajo la leyenda de sus sesenta y cuatro toreros años. Que tenga suerte. Que los dioses guarden aquel día de grana y oro.

22 mayo, 2012

La torería de L. Carlos Aranda

En la oscurecida de la noche, se plantó Luis Carlos Aranda de negro y plata. La noche bajo una distancia Cheneliana y poética, bajando las manos como en la espera de una amanecida lumínica , arrastrados los arpones en mitad del albero y del aburrimiento isidril. Dejó arrancarse el toro con las manos abajo, viéndolo venir. La luna puesta y asomado el mechón celestial de Chenel. Qué  manera de clavar, de andar y de salir de la suerte, de parar el tiempo y el curso mismo mismo de la feria. Son los toreros deslumbrantes los que hacen caminar esta fiesta. Qué golpe de estado al pegapasismo y al aburrimiento que según Umbral sería pesimismo oscuro. Y qué torero y distinto Morenito con la izquierda; vestido así recordó la sinfonía natural de José Tomás de grosella y oro con aquel toro de Bayones. Y vayan mis disculpas a la saga de Joselito L. de Castro. Claro que nos acordamos del aniversario Morantista del 21 de Mayo, cielo de capote rosa. Y cuanto, cuanto nos acordamos de Antoñete y de la voz fantasmal del tendido : “Antoñete vuelve”.

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