25 junio, 2007

Regreso

Cambié de piscina, que es como cambiar de almohada. Cambié de fondo, sin cuadrícula, sólo azul, muy leve y una línea marino como de asfalto en el agua. Una autopista estrecha con olas de cloro, siguiendo un fondo sin coral, con la estrella de mar de algún recuerdo, imágenes que saltan en cada volteo, que van conmigo en un sentido y se quedan como en un deshielo por el camino de regreso. Al salir vi el estadio a lo lejos y pude contar hasta la fila 14 y quizá el número 112.
Regresé de un Madrid tomado por el sol. Subimos hasta el ático del Hotel Victoria, un atardecer cayendo lento sobre Madrid, una luna casi llena, la Plaza Santa Ana abajo y en el barullo podía ver a Ángel Luis Bienvenida, dibujar pases de pecho al son de su voz en la esquina misma de la cervecería Alemana. Sin rastro del bar de mis sueños, aquel bar de siempre, desaparecido como un truco de magia por la modernidad. El Bar del Hotel Victoria, era una esquina olvidada del tiempo, el Bar Manolete, era un rincón en blanco y negro, enmarcado por madera de ébano, como un buque navegando entre olas de fotográfias, cócteles y leyenda, las cabezas de toro escuchando las conversaciones, ambiente torero, un museo vivo de otro tiempo, detenido, ahora asesinado.
Regresé con un sol cálido a mi lado, surcando los amarillos del verano y el filo brillante de la luz del atardecer, cansado e impreciso, envuelto en tu compañía. Llegué tarde a una cena por llegar pronto a tus besos y al entrar la noticia de que en Marta ya laten dos corazones a juego con su falda roja de ayer. Y Saconita con una espalda sin horizonte que parece un malecón donde uno puede subir y ver pasar las nubes. Me desperté pronto y sentí el frío en la calle, un frío suave como de despertar de una primavera que como yo no entra en calor.

23 junio, 2007

Camarón


20 junio, 2007

Write Me

Scrivimi,
Escríbeme cuando no sepas que hacer tras una sonrisa, cuando no tengas monedas que cambiar ni billetes que compren tus sueños. Cuando no sepas si hay luz después de la curva mojada de un lunes, escríbeme. Si no sabes que hacer, si fuera de noche y el sol aún te quema, si la luna sólo te mira de reojo, puedes escribirme. Y si no se te ocurre nada brillante, me conformo con que me pienses un minuto y me dejes un sello mojado, un remite encendido: un sobre blanco, un beso rojo de carmín; menos, una esquina de tu boca.

18 junio, 2007

De Purísima y Oro


Me fui lo más lejos de Barcelona que pude. Llegué hasta Finisterre, el fin de la tierra el lugar más alejado del sueño de un domingo: José Tomás vestido de Purísima y Oro, un ejército de Jacobinos en la capital de una república redonda. Y yo lejos viendo el mar. Un sueño hecho de ladrillo mudéjar, La Sport, la Monumental encerrando algo más que un regreso, más: una resurrección, un advenimiento. Fuera de tópicos, de puertas grandes, solo sangre de leyenda, sólo seda de purísima y oro, muñecas de toreo vertical, un vuelo templado por encima de la muerte.

13 junio, 2007

Piedras

Me llegan ecos de que Truman Capote navegará el río Colorado buscando la leyenda de John Wayne. Veo mejor el brillo de las piedras rojas en el camino, Jaime y yo tuvimos una piedra azul entre las manos, paseando entre las conversaciones de un bar que limita al norte con la alameda y al sur con el ruido. Regalo piedras azules, rojas y amarillas y mi corazón hecho palabras y abecedario. En mi memoria hay una geisha con un batín mao o indio, blanco muy blanco y tan transparente que si me asomo veo tu miedo y tus sueños, tu cariño que se desliza como luces de agua por la seda que baja hasta tus pies.
Regalo Historias de Londres, que bien podría ser el mapa para huir contigo, el salvoconducto para nadar el Támesis como entonces, besar las calles mojadas por la lluvia de Londres que es otra lluvia. Volver y volver a dar vueltas al ruedo a Convent Garden, volar allí como en una noria lenta que al bajar deja un sabor de feria, de algodón dulce en la boca. Atracar la ciudad beso a beso después de salir por la boca de metro de Bank. Y ver caer las hojas, volver por mis huellas a Regents Park donde estoy casi seguro que fabrican el verde que maquilla como una sombra de ojos la esperanza.

Veo también el brillo de las piedras amarillas del albero de Las Ventas de Madrid que bailan flamenco por que vuelva Morante. Porque siguen volando los sombreros que repartían el otro día a la salida del metro de Ventas, el día que Morante toreó, vestido de grana y oro dejando la enfermería vencida, cosida la frente con hilo de seda. El mismo hilo que bordó, cinco, siete, diez o mil verónicas, lentas, mimadas, con rumbo. Y esa media grande que levantó una brisa torera que quema, que abrasa la afición, que hacía entrar en el sueño de una siesta dulce. La fiesta de ver a Morante resucitar la silueta graciosa y torera de Antonio Bienvenida. Y ver la sombra dandy de Angel Luís en el número 26 del 8 aplaudir cómo Morante se iba al toro en banderillas: dejándose ver, danzando, clavando arriba, saliendo andando. La plaza en pié. Y luego aquel toreo a dos manos y la izquierda que dispara el corazón y el kikirikí que fue el dibujo lento de un zigzag en el aire. Y el gesto, ese gesto de Morante, la intención de deshacer como hielo el arte, de quedar exhausto. Borda el toreo Morante, arrasa como un fuego la modorra de los pegapases, torea con un encaje que se cose a la memoria y te deja cuando menos lo esperas un puñado de piedras brillantes, azules, rojas y amarillas en la palma de la mano. Y como hecho de menos una tarde de toros así contigo, y ya ves que te costaría volver como Antoñete en el 81, aunque fuera por un rato.

02 junio, 2007

Keep me in your heart for awhile

Al final de la semana, la lluvia cesó. Compré libros mientras un poeta sentado apoyaba contra el suelo las punteras de sus zapatos de charol, como si danzara. Me regalé un suéter, del color preferido de Manolete y la letra de una canción (Keep me in your heart for awhile). Al final de la semana una espada de grafito brilla en el pozo moqueta y despido al Capitán Blood inquieto por surcar el mar, inquieto al ver que el vestido me queda como un guante. Un camión vino en dirección contraria y un médico con ojos de terciopelo negro –el mismo de los zapatos de charol- estrena versos mientras envolvían mis libros. Al final de la semana hablé con una hermana hippy al borde de la piscina, di un paseo dulce, corto pero largo, muy largo contigo, me acarició el Jazz del Harlem: que es una habitación más de mi casa, una habitación con una barra de mármol oscuro, un bar en penumbra, un tipo que me abraza con brazos de marinero. Todo eso y más que no cuento al final de la semana. Y un deseo: Keep me in your Herat for awhile.

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