09 mayo, 2020

El nadador nocturno



Bajo el agua azul no hay Covid,
ningún fracaso flota.


Las piscinas y sus calles continúan cerradas. 

Camino al amparo de un cerro bolchevique.

Viajo por la calle Curvada con brea negra de futuro recién plantado. 

Puedes tomar una escalinata y llegar hasta la plaza del Abanico,

bajar por la calle Transformador, dejar atrás la avenida de los Recreos y la calle Porticada.

Todo en miniatura,
hecho con el yeso de una familia.


Nado por aquí. En seco,
braceando por la calle de la Verdad,


sin salir del agua.

Sólo con levantar el brazo y extender la mano por la calle de los Enamorados,
puedes alcanzar los tejados y el metal de las antenas.


Sólo con avanzar escucho el susurro de las conversaciones, el haz de led del confinamiento.


El olor ácido del porvenir de la calle del Hogar.


Luego en vez de serpentear, puedes subir directo hacia la cumbre de una pirotecnia,
y ver donde se pone el sol.


Hay una puerta azul que da a ningún sitio. 

No hay más nadadores nocturnos.


He tocado con mis pies el fondo de estos cerros. 

He tomado impulso batiendo el agua, 
acribillando el cloro y la arena,
tanto como el afán de la niebla.


En la cuesta abajo hay un cine ciego,
y una pobre catedral de ladrillo en este pequeño reino.


También un bar,
que es una asociación de familiares sin segunda residencia
donde batir la ginebra.


Los nadadores nocturnos no nos reconocemos. 
Es el pacto del agua. 
Nadar y vivir, beber y nadar;
Esa es la virtud. 


Nado para saciar el titanio, 
para lustrar los brazos y la mente.
dando tumbos,
por las hermosas calles de este planeta de casas bajas y luces altas.


Más abajo, saliendo de este Tibet de Castilla, junto al bar, 
hay un campo de fútbol abandonado;
el rectángulo de una metáfora donde ganar o perder es siempre relativo.

31 marzo, 2020

Spleen de titanio


Desde entonces la piedra sujeta mi cuello.

Piedra como un haz de titanio y lujo. Así en forma de diente o de clavo profundo. Yo quería una cicatriz, ser lobo como tú en la arena. 

Yo quería una esquirla de cuerno en la garganta, la voz ronca tomada por la embestida. Por pedir, quería una enfermería y una prisa de peones agitados. Una mujer dislocada en la barrera.

Conformado, solo tengo el cuello tatuado, y el sueño medular de los toreros marcado en la corteza; los nervios liberados, y este aire frío en la garganta.

Ahora, 

en las mañanas del Tramadol retard, el toreo es un pedazo de celuloide con el borde quemado.

Imaginen la soledad de las dehesas, el toro tumbado en la noche y su cuerno afilado mirando una luna redonda. Imaginen la soledad de Sevilla. Tendidos de granito. Ruedos de madera esperando. Y el deambular de los sastres de los toreros, y las telas con esta misma soledad de ahora, el semáforo en verde, o amarillo o rojo, da igual. Cualquier color confinado. 

Hay una quietud como de mundo sin nosotros,

si ajusto más el Tramadol y lo mezclo con Lyrica y seda y percal. Si pienso en ti y esnifo este tiempo, puedo sentir esa fuerza del final de la corrida. La embriaguez de una tarde de toros filtrada ya en nosotros como un polvo puro de blanquísimo alamar,

cruzando el umbral de la Plaza hacia la noche de Madrid, 

y sentir como el arte se derrama en nuestras muñecas y el toreo es un aire perpetuo y 
reaparecido.

18 julio, 2016

Alma de Barrio


El toro lleva consigo un  látigo que hace un agujero en la noche desde el que se ve la carne del héroe. Trae el toro un lágrima en el cuerno. Abre el costado de julio. Interrumpe violentamente el verano. Deben saber como sube un torero desde la arena hasta la espera. Víctor Barrio es ya un héroe de luces. Quién hoy pone a disposición de una idea su vida (¿). Quién juega con la vida por el toque preciso, por el compás de la cintura y el vuelo ligero del capote; por la búsqueda de la distancia (¿). Quién hinca las rodillas a puertagayola (¿) . A quién le ponen hora y color y luces y una música y una muerte en el camino que burlar. Quien camina por trazar el redondo, por lucir al toro, por perfilarse adecuadamente y por cambiar la suerte a tiempo (¿). Pero quién éticamente sale hoy al lumínico mausoleo de la arena a crear aquella ensoñación de salón hasta la certeza. Nadie juega a vida o muerte. El torero atrapa el presente, empuña la fugacidad del tiempo, enfrenta la soledad del hombre con la muerte, recta y honestamente, como una misa diaria de verano, deja a los que le quieren en un duermevela de angustia a las cinco de la tarde. Se desprende de la materia. Abandona la habitación del hotel, cierra el agua de los grifos y la ropa colgada; las llamadas perdidas,, el dinero sin cambiar, los abrazos en espera; el mañana en modo avión. Para juntarse con el toro que sale de una puerta oscura galopando hacia la tela rosa de la incertidumbre. El arte de pararlo y  templarlo sin perder el fulgor de las pupilas. Es todo una iconografía mitológica. Una seda inexplicable. Porque el torero se depura de todo lo electrónicamente moderno, camina encima de los surcos de la arena y del tiempo, pero ya no está en este tiempo. Solo desea el maestro llegar a la convicción del sueño, a la creación del lance, de la pierna doblada y genuflexa que recoge la violencia animal del toro, mientras fuera del ruedo el sol, y su abrigo le esperan. O no. Y que es el triunfo: para ellos, algo parecido a caer heroicamente en la arena. El toreo es una anomalía del tiempo moderno tan penosamente virtual. Pero Víctor Barrio decidió vivir, en la latido de la espada y el lance, consecuentemente y en tiempo real y dislocado; vivir como los hombres que descubrieron el mundo y que quisieron levantar el velo de los dioses. El torero suele vivir al dictado de la pasión, y Víctor luchó en la incertidumbre del toreo y su comienzo como ese verso de Machado “sabe esperar, aguarda a que la marea fluya, así en la costa un barco, sin que el partir te inquiete …”, peleó hasta con su estatura ya de mito altísimo, y ha traído mas metraje a la leyenda.  Lo demás. Casi todo lo demás no tiene una verdadera ni fácil explicación. Y lo demás de lo demás “además no importa”. La tauromaquia transcurre como el largo cauce del natural de Víctor Barrio: templadamente, bajo el amparo de la ley y la admiración de millones de ciudadanos que deben conjugar el verbo y descansar su convicción en el tendido. Víctor  Barrio encarna la dignidad del hombre en emprender el sueño de aprender a torear despacio, de conseguirlo, y de salvar al toro sin salvarse. A sabiendas de la muerte. En la tarde. Como un arpón. A los toreros, un abrazo épico. Que sigan toreando despacio por la memoria del torero caído.

03 mayo, 2016

Gloria del Pana



Para la historia del toreo queda la tez india del Pana y un brindis alevoso, carnal, premeditado y honesto. Acodado en las tablas de la plaza México, como en la barra del más siniestro de los lupanares santificados por el matador. Brindis de amor. Pana es torero exotérico y polvoriento, que devoraba habanos y leyendas de hambre y temple. Mesiánica verborrea y un arte eléctrico y brivón.  La mayor gloria de este torero hubiera sido vaciar su sangre como Granero o Manolete, un cáliz para la historia del toreo a pie. Parecía Pana un Don Quijote de adarga antigua y galgo corredor, empecinado en vencer el drama de los caminos solitarios, la pobreza y el campo a pleno sol. La sed. La sed de vencer la modestia del torero de polvo y pueblo, el empecinamiento en despreciar a los dioses de la juventud y los reflejos. Buscar así la leyenda bajo la  esclavina de las canas; abrirse paso entre polvo de las largas afaroladas. Y acabar volando en la arena de un tugurio, en un lugar sin nombre,  lejos de la poética torera del “niño que trae la blanca sabana, la espuerta de cal”, sin ese yodo glorioso de la femoral rasgada y abra usted aquello que tenga que abrir. Conformado ayer con la sola leyenda de las médulas que se rompen en cualquier curva de la carretera. Qué pena el prudente atardecer: que no se fuera después del brindis. Pana: madera de torero y de corrido.

15 octubre, 2015

Liquen


Hay un verde liquen que crece en tus ojos. Dime sino puedo quererte así, tú que ayer llegaste sola a la orilla del mar. Tú que me llamas por mi nombre. Que dejas caer tu sueño desde un precipicio hasta mis brazos. Yo te anudo a mi y en la bicicleta atravesamos el verano y volamos juntos por todos las fronteras de tu mapa que acaba en Oslo. No existe el nuevo mundo para ti. Y la tierra aún no es redonda. Ves la luna como un lugar que alcanza tu zancada. Esto sucede en la hora en que mi vida quiere ver la verdad de los puentes derrumbados, la espera de las flores que deja en suspenso la niebla que aparece ya, mientras este tren cruza la sierra como un estuche que rompe el monte y la roca. En esta bala implacable de la noche pienso en ti que masticas los besos que nos das como un talco de amor puro. Tú que reinas en la edad de los sentidos y en tú cabeza ruge un baúl de abejas, tú que creces como una duna blanca. Ahora que ves gatos entre las alfombras de esta casa y los planetas que cuelgan de la noche, quiero estar a tú lado en esta noria y “esperarte” todas las cosas que me entregas.

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