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Para Paloma que visita este diván.
Es enero. Este año no nevó sobre la frente de las celebraciones. Ni llegó el frío al rostro de cumbre de diciembre. Exilamos la navidad queriendo. Convertimos nieve por mar agitado. Blanco por sal, presente por pasado. Pisamos islas conocidas. Volé. A veces los aeropuertos son territorio de pasión por caer al otro lado de la pereza. Costa calma es un lugar en el que calmarse en mitad del frio, y Gineginimar un trabalenguas divertido contigo. Tus besos en el invierno llevan plata y la blusa de lentejuelas de mi madre, un espejo. La noche trajo un Martini seco que me llevó esa playa de risa del alcohol y a echarte de menos. Revelada tu fotografía con la magia del pixel he recuperado la concreta geografía de tu rostro. Ese gesto tuyo esperando el mundo. Es un trozo de vida en el país canalla de un callejón también junto al mar. Acodado en la barrera. El albero limpio y quieto para ser tiempo detenido con la fotografía. En aquella costa me regalaste un manojo de lances locos de arte de Rafael Soto Moreno, gitano y Rafael de Paula, aquellas manos que agitaron una tarde de julio el mar cantábrico. Paula lanceanado con el alma porque al final no tenía rodillas para sostener el cuerpo. Paula torero sin huesos.
Hoy esta ciudad es una habitación helada en mitad de una tormenta de viento. Camarón es capaz de deshilar el frio y beberse la noche y correr a través de sus túneles como una bala de alegría. Ahora también Camarón es fotografía y tiempo junto a nuestras piernas que como columnas perpetúan su indulto y su alegría. En el invierno sin toros, Camarón me sigue por librerías que admiten perros lectores, cierra bares, trasnocha, galopa esta ciudad mesetaria buscando sus canciones.
La vela de la temporada ya casi se enciende. La vela es un deseo que ilumina esta ilusión torera. Como un pulmón respiramos certezas, carteles, historia del otro lado del océano, libros que llegan. Por ilusiones. Como una metadona insuficiente, llegan combinaciones, domingos de resurrección y el verano de la beneficencia. Yo pienso en Morante tras ver en el invierno esa faena de sangre del Puerto de Santa Maria. Aquella faena de mármol y hierro de la feria de abril. El 21 es una contraseña para la poesía. Su muletita planchada y esa manera tan flamenca y pasional de llevarse el toro a la cadera. También el aficionado elige cuando reaparecer. Pienso en elegir cuando comenzar y me aparece el Guadalquivir, esa caótica Puerta del Príncipe y el olor que llega del jardín de la estatua de Curro Romero.
Hoy esta ciudad es una habitación helada en mitad de una tormenta de viento. Camarón es capaz de deshilar el frio y beberse la noche y correr a través de sus túneles como una bala de alegría. Ahora también Camarón es fotografía y tiempo junto a nuestras piernas que como columnas perpetúan su indulto y su alegría. En el invierno sin toros, Camarón me sigue por librerías que admiten perros lectores, cierra bares, trasnocha, galopa esta ciudad mesetaria buscando sus canciones.
La vela de la temporada ya casi se enciende. La vela es un deseo que ilumina esta ilusión torera. Como un pulmón respiramos certezas, carteles, historia del otro lado del océano, libros que llegan. Por ilusiones. Como una metadona insuficiente, llegan combinaciones, domingos de resurrección y el verano de la beneficencia. Yo pienso en Morante tras ver en el invierno esa faena de sangre del Puerto de Santa Maria. Aquella faena de mármol y hierro de la feria de abril. El 21 es una contraseña para la poesía. Su muletita planchada y esa manera tan flamenca y pasional de llevarse el toro a la cadera. También el aficionado elige cuando reaparecer. Pienso en elegir cuando comenzar y me aparece el Guadalquivir, esa caótica Puerta del Príncipe y el olor que llega del jardín de la estatua de Curro Romero.