Urdiales
A Diego
Urdiales, rostro de soldado en blanco y negro de Robert Capa, le debo un verso
rojo y amarillo. Urdiales conserva los ángulos de la cara y del cuerpo, el
látigo afilado del toreo antiguo. Es un díscipulo Belmontino, cuajando de
pureza y blancura. Esa blancura de su
tez que baja hasta el rosa de su capote para bambolearlo –de arriba hacía
abajo- como un trasplante de Romero y Curro Puya: ese capote pequeño, como una
toalla de hostal. Igual de limpio. Quema la garganta en el olé. Sin duda. Su
muletita al natural, pura como la muleta de un niño en la fotografía que no
envuelve los márgenes del toro y de la vida. Vive Urdiales la posguerra de su
rostro y su cartera en un escalafón, también corrupto. Como en todo. Pero que
conste.
Fuente fotografía: Las-ventas.com