Las cenizas de Ángel
Había que sacar las cenizas de aquel crematorio. De aquel cementerio católico donde no estaban contentos ni el poeta ni sus amigos. El cura, cuando se enteró de que sería una ceremonia civil, con los solos rezos laicos de un poema de Ángel y las palabras de sus amigos más cercanos, Lombardero, Caballero Bonald, otros, decidió retirar el micrófono. No importa, aquel gobernante del crematorio, aquel representante del áspero mundo, no pudo retirar ni la emoción ni el recuerdo. Con las cenizas de Ángel nos fuimos a nuestros recuerdos. Lejos de aquel cementerio y después de haber descansado, con su cuerpo presente y quijotesco, en el cementerio de San Isidro. El mismo donde alguna vez se acercó el poeta para recordar aquellos versos y aquella violeta que Cernuda dejó en la tumba de Larra. "El fiel y último encanto de estar solo".
El poeta no está solo. Ni sus cenizas estarán solas. Aunque es verdad que no hay muchos lugares propicios para las cenizas de un poeta. Los amigos, su mujer, hicieron un rápido inventario sabiendo que el invierno elimina muchos sitios: orillas de los ríos, bancos públicos y, después de la experiencia con el cura del crematorio, y con otros curas de nuestra vida, no nos fiábamos ni de esos huecos que a veces dejan los contrafuertes de algunas iglesias viejas. Además, el frío y los vientos húmedos lo dificultan todo. ¿Qué hacer?
Los amigos recordaron lo que una vez se hizo con alguno de los más cercanos poetas de su historia civil. Las cenizas de Carlos Barral fueron arrojadas al mar de Calafell. Volvió al mar desde un bote de salvamento acompañado por su mujer, Ivonne, y su nieto, Malcolm. Después, bebiendo como marineros en tierra, le recordaron en compañía de muchos que esperaban en la orilla.
Y recordaron las cenizas de Jaime Gil de Biedma, tan vivo, salvado después de su muerte por el juego de hacer versos. Jaime Gil y sus cenizas que fueron a parar a esa ribera de los alisos, pequeño rincón en el mapa de España, en sus juveniles reinos segovianos.
¿Qué hacer con las cenizas de Ángel? Desde luego, no lo que se hizo con las cenizas de Buñuel. Dejadas en manos de aquel cura tan poco cumplidor de la voluntad del descreído cineasta. Y secuestradas en un altar. Eso no pasará.
Las cenizas de Ángel ya están en su tierra y al lado de su madre. Idea de su amigo Luis García Montero. Susana, su mujer, dijo sí. Y allí está Ángel, al lado de su madre, aquella mujer que tenía miedo del viento, a la que asustaban los truenos y las guerras. Y descansarán en paz el amigo Ángel y el poeta Ángel. Todavía nos vive. Nunca será ese egoísta que nos hace llorar y no le importa. Ángel nos hace reír y sí le importa. Aunque lloremos.
El poeta no está solo. Ni sus cenizas estarán solas. Aunque es verdad que no hay muchos lugares propicios para las cenizas de un poeta. Los amigos, su mujer, hicieron un rápido inventario sabiendo que el invierno elimina muchos sitios: orillas de los ríos, bancos públicos y, después de la experiencia con el cura del crematorio, y con otros curas de nuestra vida, no nos fiábamos ni de esos huecos que a veces dejan los contrafuertes de algunas iglesias viejas. Además, el frío y los vientos húmedos lo dificultan todo. ¿Qué hacer?
Los amigos recordaron lo que una vez se hizo con alguno de los más cercanos poetas de su historia civil. Las cenizas de Carlos Barral fueron arrojadas al mar de Calafell. Volvió al mar desde un bote de salvamento acompañado por su mujer, Ivonne, y su nieto, Malcolm. Después, bebiendo como marineros en tierra, le recordaron en compañía de muchos que esperaban en la orilla.
Y recordaron las cenizas de Jaime Gil de Biedma, tan vivo, salvado después de su muerte por el juego de hacer versos. Jaime Gil y sus cenizas que fueron a parar a esa ribera de los alisos, pequeño rincón en el mapa de España, en sus juveniles reinos segovianos.
¿Qué hacer con las cenizas de Ángel? Desde luego, no lo que se hizo con las cenizas de Buñuel. Dejadas en manos de aquel cura tan poco cumplidor de la voluntad del descreído cineasta. Y secuestradas en un altar. Eso no pasará.
Las cenizas de Ángel ya están en su tierra y al lado de su madre. Idea de su amigo Luis García Montero. Susana, su mujer, dijo sí. Y allí está Ángel, al lado de su madre, aquella mujer que tenía miedo del viento, a la que asustaban los truenos y las guerras. Y descansarán en paz el amigo Ángel y el poeta Ángel. Todavía nos vive. Nunca será ese egoísta que nos hace llorar y no le importa. Ángel nos hace reír y sí le importa. Aunque lloremos.